Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Gay 543 Vistas
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Continuación de la parte anterior... Relatos y Experiencias - Después del partido IV

Al día siguiente el equipo corría bajo las órdenes del entrenador, pero el ambiente entre Alan, Diego, Iván, Mauricio y Rodrigo estaba más ligero de lo normal, como si compartieran un secreto que los hacía reírse con solo mirarse. Cada pase, cada sprint, venía con un guiño o un empujón de broma. Lo del vestidor del día anterior no se mencionaba directamente, pero estaba en el aire, como un chiste interno que no necesitaba palabras.

Después de una hora de ejercicios, el entrenador dio un descanso de diez minutos. Los cinco se juntaron cerca de la banca de agua, sudados, con las camisetas pegadas al cuerpo y las caras rojas por el esfuerzo. Diego, bebiendo de su botella, fue el primero en romper el hielo, mirando a Iván con una sonrisa pícara.

—Oye, Iván, ¿qué pedo? ¿Hoy traes la misma energía de ayer o ya te cansaste? —dijo, guiñando un ojo.

Los demás soltaron una carcajada, sabiendo exactamente a qué se refería. Iván, limpiándose el sudor de la frente, le devolvió una mirada confiada, como si estuviera listo para cualquier reto.

—¿Cansarme yo? —respondió, con un tono provocador—. Güey, ayer nomás fue el calentamiento. Si quieres, hoy le subimos el nivel.

Mauricio, sentado en la banca, soltó un silbido largo.

—No mames, Iván, ¿qué traes? ¿Quieres repetir el show del vestidor o qué? —bromeó, dándole un codazo a Rodrigo.

Rodrigo, todavía riéndose, negó con la cabeza.

Diego, que estaba más relajado que nunca, se encogió de hombros, con una sonrisa que mezclaba pena y desmadre.

—Puta, cabrones, ayer me la pelé, pero estuvo chido —dijo, mirando a Iván—. La neta, este güey —señaló a Iván— traía más ganas que yo. Se notaba que estaba a full.

Iván rió, levantando las manos como si lo hubieran atrapado.

—¿Qué quieres que haga, Diego? Tú también le estabas poniendo, no te hagas —dijo, guiñando un ojo—. Además, la neta, me quedé con ganas de más. Ese toque mutuo estuvo chido, pero... no sé, se me hace que podemos ir más cabrón.

El grupo se quedó callado un segundo, pero no era un silencio tenso. Era más como si todos estuvieran esperando a ver quién soltaba la siguiente bomba. Alan, que siempre jugaba de árbitro, alzó una ceja, divertido.

—¿Más cabrón? —preguntó, cruzándose de brazos—. No mames, Iván, ¿qué traes en la cabeza? ¿Quieres armar un trío con Diego o qué?

Todos estallaron en risas, empujándose entre ellos. Pero Iván, sin perder la confianza, se rió y dijo:

—Pus no lo descarto, güey. La neta, ayer me prendió. Diego, ¿tú qué dices? ¿Te avientas otra o ya te rajaste?

Diego, rojo pero riéndose, negó con la cabeza.

Rodrigo, que estaba bebiendo agua, casi se atraganta.

—¿Cabrón? —dijo, riendo—. Mauricio, tú nomás estabas viendo cómo Diego e Iván se daban con todo. ¿Qué, ahora quieres entrar al juego?

Mauricio se rió, encogiéndose de hombros.

—No sé, güey. La neta, nunca he probado nada con un cuate, pero ayer viéndolos... como que me dio curiosidad. No digo que me lance de una, pero... no sé, algo como lo de ellos no suena mal.

Alan silbó, impresionado.

—Pinche Mauricio, te estás destapando —bromeó—. ¿O sea que te animarías a un toque mutuo como el de ayer?

Mauricio, con una sonrisa pícara, asintió.

—Pus si el ambiente está chido, como ayer, no me rajo. Pero, la neta, Iván es el que trae el plan. ¿Qué traes, cabrón? Suéltalo.

Iván, que claramente estaba disfrutando ser el centro de atención, se rió y se acercó un poco más al grupo, bajando la voz como si estuviera contando un secreto.

—Ok, va, aquí va mi propuesta. Hoy después del entrenamiento, en el vestidor, armamos otra ronda. Pero esta vez, no nomás un toque. Que cada quien elija a alguien del grupo, y... no sé, se ayudan mutuamente hasta terminar. Como Diego y yo ayer, pero todos parejos.

El grupo se quedó en silencio un momento, procesando. Rodrigo fue el primero en romper el hielo, riendo.

—No mames, Iván, quieres que el vestidor se vuelva antro swinger —bromeó, pero sus ojos tenían un brillo de curiosidad.

Diego, todavía riendo, miró a Iván.

—Puta, esto ya es otro nivel. Pero, la neta, me late. ¿Quién se anima? Yo digo que sí, pero que sea rápido, no quiero que el profe nos cache otra vez.

Todos rieron, recordando cómo casi los pillan el día anterior. Mauricio, pensativo, dijo:

—Va, yo le entro. Pero, ¿cómo escogemos? ¿Tipo sorteo o qué?

Iván, con una chispa traviesa, propuso:

—Fácil. Cada quien dice con quién quiere hacer el reto, y si el otro está de acuerdo, se arma. Si no, pues ni pedo, se busca otro.

Diego, que ya estaba metido en el desmadre, se rió.

—Ok, yo empiezo. Iván, contigo otra vez, cabrón. Ya sé que traes ganas, y la neta, ayer estuvo chido.

Iván levantó el pulgar, sonriendo.

—Hecho, Diego. Tú y yo, round dos.

Mauricio, animado, miró al grupo.

—Ok, yo con Alan. La neta, siempre eres el juez, pero quiero ver si le entras de verdad.

Alan se rió, sorprendido pero sin rajarse.

—Pinche Mauricio, vas con todo. Va, yo le entro.

Todos miraron a Rodrigo, que era el único que no había dicho nada. Él, riéndose, negó con la cabeza.

—Puta, están locos, pero... ok, va. Me quedo solo, pero me la jalo viendo su desmadre. No me rajo, pero tampoco quiero que me toquen... por ahora —bromeó.

El grupo estalló en risas, dándole empujones. El entrenador silbó desde el otro lado del campo, gritando que volvieran al entrenamiento, pero los cinco ya estaban planeando el después. Cuando terminó la práctica, corrieron al vestidor, todavía sudados y con la adrenalina a tope.

Ya adentro, con las puertas cerradas y el ambiente más relajado, se sentaron en las bancas, como el día anterior. El olor a sudor y pasto mojado seguía ahí, pero ahora había algo más: una expectativa cruda, casi palpable. Diego e Iván se sentaron juntos, Mauricio y Alan en otra banca, y Rodrigo, fiel a su palabra, se acomodó un poco más lejos, con una sonrisa pícara.

Iván, siempre el que llevaba la batuta, miró a Diego y dijo:

—Va, round dos. Pero ahora sí, sin parar hasta terminar, ¿sale?

Diego, con una risa nerviosa pero claramente metido, asintió.

—Hecho, cabrón. Pero tú empiezas.

Sin más preámbulo, Iván se bajó el short y el bóxer, dejando ver que ya estaba duro solo de pensar en lo que venía. Diego, que ya no tenía nada que esconder, hizo lo mismo. Sus manos se encontraron otra vez, pero esta vez no había conteo ni risas tímidas. Los movimientos eran más seguros, más rápidos, como si la experiencia de ayer les hubiera dado confianza. Diego soltó un suspiro bajo, y Iván, con una sonrisa, se acercó un poco más, sus rodillas casi tocándose.

Mauricio y Alan, no queriendo quedarse atrás, se quitaron los shorts también. Mauricio, con una mirada traviesa, agarró el miembro de Alan, que al principio se rió nervioso pero luego le siguió el paso, devolviéndole el favor. Los dos se movían con ritmo, entre risas y comentarios pendejos.

Rodrigo, sentado a un lado, se bajó el bóxer y empezó a tocarse solo, mirando el espectáculo con una mezcla de diversión y curiosidad.

—Pinches locos, esto ya es porno en vivo —bromeó, pero no paró.

El vestidor se llenó de una mezcla de suspiros, risas y el sonido de movimientos rápidos. Diego e Iván estaban en su propio mundo, sus manos trabajando con una sincronía que hablaba de confianza brutal. Diego fue el primero en tensarse, soltando un gruñido mientras llegaba al orgasmo, seguido casi de inmediato por Iván quien lanzo grandes chorros de semen, rió entre dientes mientras terminaba.

—¡Round dos, cabrones! —gritó Iván, levantando la mano para chocar los cinco con Diego.

Mauricio y Alan no se quedaron atrás. Mauricio, con una risa entrecortada, terminó primero, seguido por Alan, que se tapó la cara de la risa y la vergüenza. Rodrigo, desde su esquina, terminó casi al mismo tiempo, riéndose y aplaudiendo como si hubiera ganado algo.

—Chale, son unos animales —dijo, todavía riendo.

El ambiente estaba a reventar, una mezcla de desmadre, confianza y una energía sexual que ninguno esperaba pero que todos disfrutaron. Diego, todavía jadeando, miró a Iván y dijo:

—Pinche Iván, tú sí que traes pila. ¿Qué sigue? ¿Ya te vas a calmar o qué?

Iván, con una sonrisa pícara, se encogió de hombros.

—No sé, Diego. Si quieres, un día de estos nos aventamos algo más... privado —guiñó un ojo, dejando la idea en el aire.

Todos se miraron, muertos de risa, y se apresuraron a subirse los bóxers, las toallas, lo que tuvieran. Diego, todavía encuerado, agarró su short a toda velocidad.

Era viernes por la noche, y los cinco amigos —Alan, Diego, Iván, Mauricio y Rodrigo— estaban en la sala de la casa de Iván. La vibra era relajada: una mesa llena de chelas, papas fritas y un altavoz sonando reggaetón bajito. Después de los entrenamientos y las locuras del vestidor, habían decidido juntarse para “echar desmadre” sin el riesgo de que el entrenador los cachara. La casa de Iván, con sus papás fuera de la ciudad, era el lugar perfecto. Los sillones estaban desparramados, y todos estaban en shorts y camisetas, como si fuera una extensión del vestidor.

Después de un par de chelas, las risas y los recuerdos del día anterior empezaron a salir. Diego, tirado en un sillón, fue el primero en sacar el tema, con una sonrisa pícara.

—Oye, Iván, ¿qué pedo? ¿Ya te recuperaste de nuestro round dos en el vestidor o sigues con ganas? —dijo, guiñando un ojo.

Todos soltaron una carcajada. Iván, sentado en el suelo con una cerveza en la mano, le devolvió una mirada confiada.

—Puta, Diego, tú eres el que no podía ni caminar después —bromeó, ganándose más risas—. Pero, la neta, eso fue solo el comienzo. Aquí en mi casa podemos subirle más sin que el profe nos joda.

Mauricio, que estaba abriendo otra chela, silbó.

—Chale, ustedes dos ya son leyenda —dijo, señalando a Diego e Iván—. Pero, la neta, me quedé pensando en lo que dijo Mauricio en el entrenamiento. ¿Qué pedo? ¿De verdad te animarías a algo como lo de ellos?

Mauricio se rió, encogiéndose de hombros.

—Pus sí, güey. La neta, después de verlos, me dio curiosidad. No digo que me lance con todo, pero... no sé, algo como lo que hicieron no suena mal.

Alan, que siempre llevaba la batuta de los retos, se inclinó hacia adelante, con una chispa traviesa en los ojos.

—Órale, entonces armemos algo. Pero que sea diferente. Confesiones calientes, como en el vestidor, pero más cabronas. Por ejemplo... cada quien dice cuánto tarda en venirse jalándosela y cuánto teniendo relaciones. Sin mentiras.

Todos rieron, pero el ambiente ya estaba prendido. Diego, todavía con la vibra relajada del vestidor, asintió.

—Va, pero que sea con detalles, cabrones. Nada de “dos minutos y ya”. Yo empiezo —dijo, acomodándose en el sillón—.

Jalándomela, depende. Si estoy bien inspirado, tipo viendo algo chido, como en tres minutos. Pero si ando tranqui, como cinco. En el sexo... con mi ex, como siete minutos la primera vez, pero luego ya le agarré la onda y duraba más, como diez.

Iván silbó, bromeando.

—Pinche Diego, puro sprint —dijo, riendo—. Ok, mi turno. Jalándomela, como cuatro minutos si estoy a full. En el sexo... depende de la chava, pero en promedio, unos ocho minutos. Aunque en el trío que les conté, duré como seis porque estaba demasiado prendido.

Todos rieron, dándole empujones. Mauricio, muerto de risa, siguió.

—Ok, yo. Jalándomela, como cinco minutos si estoy solo. Si veo algo bueno, baja a tres y medio. En el sexo, con la chava del coche que les conté, duré como cinco minutos porque estaba muy intenso. Pero normalmente, unos nueve.

Rodrigo, que siempre seguía la corriente, se rió.

—Chale, son unos rápidos. Yo jalándomela, como seis minutos. No me apuro, me gusta disfrutarlo. En el sexo, con mi ex, como diez minutos, pero si estoy muy cachondo, baja a siete.

Alan, el último, sonrió de lado.

—Ok, yo. Jalándomela, unos cuatro minutos si estoy inspirado. En el sexo, con la chava del baño que les conté, como seis minutos por el nervio. Pero normalmente, unos diez, doce si estoy relajado.

El grupo estalló en risas, silbidos y comentarios pendejos. La sala estaba cargada, no solo de chelas, sino de esa energía cruda que ya conocían del vestidor. Iván, siempre el más lanzado, propuso:

—Ok, ahora un reto de verdad. Algo físico, como en el vestidor, pero más cabrón. Que cada quien explore el cuerpo de otro, tipo... no sé, tocando todo, pero suave, pa’l desmadre. Y uno se avienta a que le toquen el culo, así, sutil, pa’l juego.

Todos se miraron, entre risas nerviosas y miradas de "¿neta?". Diego alzó una ceja, riendo.

—Pinche Iván, siempre subiendo la apuesta —dijo, pero no sonaba a rechazo—. Ok, va, pero ¿cómo le hacemos?

Iván, con una sonrisa pícara, dijo:

—Fácil. Yo elijo a Diego otra vez, porque ya sabemos que la armamos chido. Mauricio y Alan, ustedes juntos, como en el vestidor. Y Rodrigo... tú decides si entras o miras.

Rodrigo rió, levantando las manos.

—Puta, yo miro esta vez, pero no me rajo. Si se pone bueno, me aviento.

Mauricio y Alan asintieron, riendo. El grupo se acomodó en la sala, bajando un poco la luz para que la vibra fuera más íntima. Iván y Diego se sentaron en un sillón, Mauricio y Alan en otro, y Rodrigo se quedó en una silla, con una chela en la mano, listo para el espectáculo.

Iván, con esa confianza que lo caracterizaba, miró a Diego.

—Va, round tres, cabrón. Pero ahora exploramos todo. Pecho, piernas, culo, lo que sea. Suave, pa’l juego —dijo, guiñando un ojo.

Diego, ya metido en el desmadre, se rió.

—Pinche enfermo, pero va. Tú primero.

Iván se quitó la camiseta y el short, quedándose en bóxer. Diego hizo lo mismo, y el ambiente se puso más denso. Iván empezó, pasando las manos por el pecho de Diego, bajando por su abdomen, con movimientos lentos pero firmes. Diego, entre risas nerviosas, le siguió el juego, tocando los hombros y el pecho de Iván. Luego, Iván, con una sonrisa pícara, bajó una mano por la espalda de Diego, rozando sutilmente su culo, apenas tocando la piel cerca del ano con un dedo, como probando.

Diego dio un brinco, riendo.

—¡No mames, Iván! ¿Neta? —dijo, pero no se apartó, claramente metido en el juego.

Iván rió, levantando las manos.

—Suave, güey, pa’l desmadre —dijo, pero su mirada decía que estaba disfrutando el momento.

Mauricio y Alan, no queriendo quedarse atrás, se quitaron las camisetas y los shorts. Mauricio empezó, pasando las manos por el pecho de Alan, bajando por sus costados, con una mezcla de broma y curiosidad. Alan, riendo, le devolvió el favor, tocando los brazos y el abdomen de Mauricio. Luego, siguiendo el ejemplo de Iván, Mauricio rozó la espalda de Alan, llegando hasta su culo, dando un toque sutil cerca del ano, como parte del juego.

Alan se rió, empujándolo.

—Pinche Mauricio, vas con todo —dijo, pero no paró, devolviéndole un toque parecido.

Rodrigo, desde su silla, silbó, muerto de risa.

—Chale, esto ya es puro porno artístico —bromeó, pero se notaba que estaba más que interesado.

El ambiente estaba a reventar, con risas, suspiros y una tensión sexual que todos disfrutaban. Iván, volviendo a Diego, se acercó más, sus manos ahora más confiadas, tocando el interior de los muslos de Diego, rozando de nuevo su culo con un movimiento más lento, más intencional. Diego, con la respiración acelerada, le siguió el paso, tocando a Iván de la misma manera, sus dedos explorando con cuidado pero sin miedo.

Mauricio y Alan, en su propio mundo, seguían tocándose, sus manos ahora más atrevidas, rozando zonas más sensibles, siempre con risas para mantener la vibra ligera. Rodrigo, que ya no podía solo mirar, se quitó el short y se unió al juego, tocándose solo pero acercándose al grupo, como si quisiera ser parte del desmadre.

La sala estaba llena de una energía cruda, salvaje, pero llena de confianza. Nadie se sentía juzgado, todos estaban en el mismo canal. Diego, con un suspiro, fue el primero en llegar al orgasmo, seguido por Iván, que rió mientras echaba chorros. Mauricio y Alan no tardaron mucho, entre risas y empujones, y Rodrigo, desde su esquina, terminó con un gruñido, aplaudiendo al grupo.

—¡Pinches animales, esto ya es otro nivel! —dijo Rodrigo, riendo.

Iván, todavía jadeando, le dio un empujón amistoso a Diego.

—Te dije que podíamos ir más lejos, cabrón —dijo, guiñando un ojo.

Diego, rojo pero riéndose, asintió.

—Pinche Iván, tú siempre llevándola al límite —dijo, pero su sonrisa decía que no se arrepentía.

Alan, limpiándose el sudor de la frente, propuso:

—Ok, última confesión pa’l cierre. ¿Quién se animaría a algo más cabrón? Tipo... no sé, algo privado, como dijo Iván el otro día.

Iván, sin dudar, levantó la mano.

—Yo, con Diego. La neta, me late la onda. Si quieres, un día nos aventamos algo solos, pa’ ver qué pasa —dijo, mirando a Diego con una mezcla de broma y seriedad.

Diego se rió, pero no dijo que no.

—Pinche loco, déjame pensarlo —dijo, pero su mirada dejaba claro que no estaba cerrado a la idea.

Mauricio, animado, dijo:

—Pus yo con Alan, pero nomás pa’l desmadre. Nada serio.

Rodrigo, finalmente, se rió.

—Chale, yo me quedo con verlos, pero... no sé, tal vez me animo después...

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