Guía Cereza
Publicado hace 2 semanas Categoría: Jovencitas 527 Vistas
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La conocí cuando comenzó a trabajar en una empresa asociada a la nuestra. No dependía de mí, pero nuestras tareas coincidían más de lo que me habría gustado… o tal vez más de lo que me atrevía a admitir al principio. Tenía algo que atrapaba. Una mezcla de juventud descarada y elegancia intuitiva. Piel blanca, casi luminosa; cabello largo y brillante que parecía deslizarse por su espalda como seda. Su cuerpo delataba constancia: firme, trabajado, con curvas que no buscaban atención pero la captaban sin esfuerzo.

La coincidencia más peligrosa fue descubrir que íbamos al mismo gimnasio. Ahí, lejos de la ropa formal y las reglas no escritas del trabajo, la tensión entre nosotros crecía sin disimulo. El día que la vi con esa falda deportiva negra y una camiseta ajustada, su mirada se encontró con la mía en el espejo. No dijo nada. No hizo falta. Esa tarde la llevé a casa. El camino fue corto, pero cargado de silencios que lo decían todo. Cuando detuve el coche, no se bajó de inmediato. Me miró, sin reservas, y supe que tenía permiso para cruzar la línea para explorar sus curvas.

Nos besamos con hambre y deseo desenfrenado. Su cuerpo se acercó al mío con una intensidad que me sorprendió. Mientras mi mano recorría su cintura, ella gemía apenas, pegando su cuerpo más al mío, como si el espacio entre nosotros la molestara. Su respiración se aceleró, y el vidrio del coche comenzó a empañarse mientras mis labios descendían por su cuello.

La tomé por el cabello con firmeza, haciéndola inclinar la cabeza hacia atrás, dejando su cuello y parte de su escote expuestos para mí. Ella no se resistía; al contrario, su respiración se volvió más profunda, y sus gemidos suaves se mezclaban con el sonido de la lluvia contra el parabrisas, con sus pezones parados que se notaban a través de su blusa los saqué para poder contemplarlos y lamerlos como se merecían, eran rosados paraditos para comerlos completos, su piel estaba erizada por mi lengua.

Mis dedos bajaron con intención, guiados por el calor que sentía incluso antes de tocarla. Cuando rocé la tela entre sus piernas, la humedad fue inmediata, mojada por completo hasta la silla. No era imaginación. Estaba tan encendida como yo. No necesitábamos palabras. Todo se decía con miradas, respiraciones contenidas, caricias intencionadas. Su cuerpo reaccionaba a cada movimiento con una mezcla de dulzura y fuego, ternura y ardor. Ella no se escondía; se entregaba a la sensación, segura de su deseo, segura de sí misma. Y eso la hacía aún más irresistible.

El calor seguía cubriendo los cristales del coche como si la noche entera conspirara para darnos intimidad. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente a lo que pasaba dentro del vehículo, pero para nosotros, el mundo se había reducido al espacio entre sus labios y los míos, a su cuerpo y el mío, a sus caderas, sus piernas exquisitas y su culote tonificado. Mis dedos se movieron con lentitud deliberada, dibujando círculos suaves sobre la tela húmeda que cubría su deseo mientras agarraba su cabello. Su espalda se arqueó en respuesta, y su cuerpo tembló apenas. Me miró con los ojos entrecerrados, con ese brillo de quien ya no duda, de quien ya se rinde con gusto al momento.

—No te detengas —susurró con una voz que sonaba a súplica y a deseo salvaje al mismo tiempo.

Mi otra mano seguía aferrada a su cabello, sosteniéndola con firmeza, mientras mis labios recorrían su cuello y bajaban hacia el escote. Su piel olía a seducción y adrenalina. Cuando mis dientes rozaron apenas uno de sus pechos, su gemido fue tan genuino, tan crudo, que por un instante contuve la respiración. Era hermosa, sí. Pero lo que más me atraía era su entrega total. No fingía. No posaba. Era deseo en estado puro.

La tensión se acumulaba entre nosotros como electricidad sin salida. Cada roce, cada suspiro, alimentaba un fuego que ya no podía apagarse. Y sin embargo, había algo más allá del instinto. Una especie de reconocimiento silencioso. Como si ambos supiéramos que ese momento no era solo lujuria… sino el inicio de algo que aún no podíamos nombrar, como si nos estuviéramos esperando hace mucho tiempo en nuestras vidas, necesitados el uno del otro.

Hasta que ella, se retorcía de placer, más fuerte metía mis dedos y mano grande rosando su clítoris, con más rapidez y fuerza, hasta que me agarró fuertemente y me dijo ya no aguantaba más y gimió como perra en celo ansiosa de tenerlo adentro...Solo me dijo al final: "Morí de placer contigo, nos vemos en el trabajo"

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