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La primera vez que vi a Esperanza, estaba sentada en una esquina de la cafetería, con su cuerpo curvilíneo envuelto en un vestido ajustado que resaltaba sus generosos pechos y su trasero redondeado. Su cabello castaño, recogido en una cola de caballo, caía sobre sus hombros, y sus ojos nerviosos escaneaban la sala en busca de mí. Era una mujer casada, de 52 años, pero su apariencia y su actitud sugerían una mezcla de recato y deseo de aventura. Me acerqué a ella con una sonrisa seductora, presentándome como Gustavo, el hombre con el que había acordado una cita a ciegas.
"Hola, Esperanza", dije, extendiendo mi mano para saludarla. "Es un placer conocerte".
Ella tomó mi mano con timidez, su voz temblorosa al responder: "Igualmente, Gustavo. No sabía qué esperar de esto".
Me senté frente a ella, observando cómo sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su taza de café. Era evidente que estaba incómoda, pero también había una chispa de curiosidad en sus ojos. Decidí tomar la iniciativa, inclinándome hacia adelante y susurrando: "No tienes que preocuparte por nada, Esperanza. Estoy aquí para hacerte sentir bien".
Mis palabras parecieron calmarla un poco, y sus manos se relajaron sobre la mesa. Comenzamos a charlar sobre temas triviales, pero mi mente ya estaba enfocada en lo que vendría después. Quería explorar su cuerpo, descubrir sus deseos más íntimos y satisfacerlas de una manera que su esposo nunca había logrado.
A medida que la conversación fluía, mis manos se movieron sutilmente hacia las suyas, entrelazando nuestros dedos. Esperanza se tensionó al principio, pero luego cedió, permitiendo que nuestras manos se unieran. Sentí su pulso acelerado, un indicio de su excitación creciente.
"Eres muy hermosa, Esperanza", le dije, mirándola a los ojos. "Me gustaría conocerte mejor, en un lugar más privado".
Ella bajó la mirada, sus mejillas enrojecidas por la timidez. "No sé si estoy lista para eso", murmuró.
Sonreí, sabiendo que era solo una cuestión de tiempo. "No tienes que decidirlo ahora", respondí. "Pero si cambias de opinión, estoy aquí para ti".
Nuestras manos permanecieron unidas mientras terminábamos nuestro café, y sentí cómo su confianza crecía lentamente. Al levantarnos para irnos, sus dedos se apretaron contra los míos, un gesto sutil que me indicó que estaba lista para dar el siguiente paso.
Caminamos hacia el hotel, nuestras manos entrelazadas, y sentí cómo su cuerpo se relajaba a medida que nos alejábamos de la cafetería. Al llegar a la habitación, la guié hacia el interior, cerrando la puerta detrás de nosotros. La atmósfera era eléctrica, cargada de anticipación y deseo.
Sin decir una palabra, me acerqué a ella, tomando su rostro entre mis manos y besándola con pasión. Nuestros labios se fundieron en un baile sensual, y sentí cómo su cuerpo se rendía al mío. Sus manos se movieron hacia mi entrepierna, acariciando mi erección a través del pantalón, y su gemido de placer me indicó que estaba lista para más.
La guie hacia la cama, donde la hice recostarse suavemente. Me arrodillé frente a ella, admirando su cuerpo curvilíneo y sus pechos generosos que se elevaban y caían con su respiración acelerada. Comencé a besar y lamer su cuello, sus hombros, y luego me dirigí hacia sus pechos, tomando uno de sus pezones entre mis labios y succionándolo con suavidad.
"Ah... Gustavo", susurró, arqueando su espalda en respuesta a mis caricias.
Mis manos se movieron hacia su falda, subiéndola lentamente para revelar su ropa interior de encaje. Con cuidado, deslicé mis dedos por la cintura de su tanga, bajándola hasta sus tobillos y liberando su sexo ante mis ojos. Su sexo era una visión tentadora, con sus labios hinchados y su aroma dulce que me invitaba a explorarlo.
Me incliné hacia adelante, besando y lamiendo su clítoris con suavidad, sintiendo cómo su cuerpo se tensionaba en respuesta. Mi lengua se movió en círculos, aumentando la presión y la velocidad, y pronto escuché sus gemidos de placer llenar la habitación.
"Sí... ahí... no pares", suplicó, sus manos agarrando las sábanas mientras su cuerpo se retorcía de placer.
Continué mi exploración, moviendo mi lengua hacia abajo, hacia su ano, donde la piel era suave y delicada. Mi lengua inició su recorrido por el centro de su ano, sintiendo cómo los pliegues se abrían al primer contacto. Su gemido largo y profundo me indicó que eso la excitaba, y sonreí contra su piel, sabiendo que había descubierto uno de sus puntos débiles.
Con cuidado, inserté la punta de mi lengua en su ano, moviéndola lentamente hacia adentro y hacia afuera, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba y se abría para mí. Sus manos se movieron hacia mi cabeza, agarrando mi cabello mientras sus caderas se elevaban para encontrarse con mi boca.
"Oh, Gustavo... eso es... increíble", jadeó, su voz llena de deseo y sorpresa.
Sabía que estaba lista para más, y me levanté para quitarme la ropa, revelando mi erección ante sus ojos. Su mirada se posó en mi pene, y sentí cómo su cuerpo se tensionaba de nuevo, anticipando lo que vendría después.
Me acerqué a ella, posicionándome entre sus piernas, y con cuidado, inserté un dedo en su ano, preparándola para lo que estaba por venir. Su cuerpo se relajó en respuesta, y pronto añadí un segundo dedo, moviéndolos hacia adentro y hacia afuera en un ritmo lento y constante.
"Estás tan húmeda y caliente, Esperanza", susurré, mirándola a los ojos. "Quiero sentirte alrededor de mi pene".
Ella asintió, su respiración acelerada, y con cuidado, posicioné la cabeza de mi pene en la entrada de su ano. Comencé a empujar lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se abría para mí, y pronto estaba completamente dentro de ella, nuestros cuerpos unidos en un abrazo íntimo.
Comencé a moverme, entrando y saliendo de su cuerpo en un ritmo lento y constante, sintiendo cómo sus paredes se ajustaban a mi pene. Sus manos se movieron hacia mis hombros, agarrándome con fuerza mientras sus caderas se elevaban para encontrarse con mis embestidas.
"Sí... así... más fuerte", suplicó, su voz llena de deseo.
Aumenté el ritmo, entrando y saliendo de su cuerpo con más fuerza, sintiendo cómo su ano se ajustaba a mi pene con cada embestida. Sus gemidos de placer llenaron la habitación, y pronto estábamos sudando, nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía.
Después de varios minutos de intenso placer, cambié de posición, colocándome debajo de ella y permitiendo que se sentara sobre mi pene. La guié hacia abajo, sintiendo cómo su vagina se ajustaba a mi erección, y pronto estábamos en un ritmo frenético, nuestros cuerpos moviéndose juntos en un baile sensual.
Nuestros gemidos y suspiros llenaron la habitación, y sentí cómo su cuerpo se tensionaba, preparándose para el clímax. Sus manos se movieron hacia sus pechos, apretándolos con fuerza mientras su cabeza caía hacia atrás, su cabello cayendo sobre sus hombros.
"Voy a... venirme", jadeó, su voz llena de placer.
La animé a continuar, moviendo mis caderas hacia arriba para encontrar su ritmo. Pronto, su cuerpo se sacudió con fuerza, su sexo apretándose alrededor de mi pene mientras su orgasmo la invadía. Sus gemidos de placer llenaron la habitación, y sentí cómo su cuerpo se relajaba, rendido al placer. Luego un segundo orgasmo y un tercero inundo su vagina y mi pene
Con cuidado, la hice recostarse a mi lado, besando su frente con suavidad. "Fue increíble, Esperanza", susurré, mirándola a los ojos.
Ella sonrió, su rostro aún enrojecido por el esfuerzo. "Nunca había sentido algo así", admitió. "Eres un amante increíble, Gustavo".
Me acerqué a ella, besándola con pasión. Durante el año siguiente, nos reunimos en secreto, explorando nuestros deseos más íntimos y satisfaciendo nuestras fantasías más salvajes.
Un par de meses después de ese primer encuentro, y de muchos más, Esperanza me sugiere intentar el sexo en un lugar prohibido, como un ascensor o un probador de almacén, o quizás en un parque cercano, aumentando la adrenalina y el riesgo.
Fuimos a una tienda Falabella cercana y luego de elegir algunas prendas, nos metimos al probador, sabíamos que debía ser rápido para no tener problemas y ser descubiertos, así que
-Dale de prisa –le dije mientras le tomé su mano llevándola hasta la cabeza de mi verga poniéndola a acariciarla.
Sus manos temblaban de nervios e inseguridad, pero sabía que era su fantasía cumplida
-Bueno. –dijo tímida mientras comenzaba masturbarme toda la verga.
Me quité los pantalones y luego bajé su vestido desde los tirantes, dejando al descubierto sus tetas con las que me provocaba siempre.
Eran firmes y bien cuidadas, sus pezones eran marrones claros. Me los devoré hambriento mientras ella suspiraba y gemía.
Le quité todo el vestido, Esperanza no llevaba ropa interior, su depilada vagina humedecida entre sus labios, la recosté contra el espejo de la pared, subiendo una de sus piernas y de rodillas me comí su clítoris ardiente, ella acariciaba mi cabello mientras le temblaban las rodillas de tanto placer.
Ahora tú, le dije mientras la ponía de rodillas. Abrió la boca cuanto pudo y metió mi verga en su boca hasta el fondo. Estaba super excitada al igual que yo, así que no tardamos mucho en llegar al orgasmo, yo en su boca y ella con sus dedos.
-Mmmmm… Que delicia, tu verga no me deja dormir tranquila desde el primer día.
-Mmmmm… Mi marido no me complace y yo muero de ganas de que me haga cosas así … gag… –decía mientras chupaba como loca.
La levanté y la puse de espaldas contra el espejo y abriéndole las nalgadas la penetré desde atrás.
-Ah! ¡ah! Despacio, suave, ¡ah! Que rico, que rico Gus, me encanta
-Te gusta? –yo la penetraba fuertemente una y otra vez.
-Ah! Siii así! ¡así, que rico! ¡¡¡Ah!!!
Su culo terminó dilatándose, podía sentir la calidez dentro de ella, su esfínter apretado estrangulaba mi verga desde el tronco, acumulando toda la sangre en la punta.
La cabeza de mi verga exploto salvajemente llenándola por completo.
Cuando nos dimos cuenta había pasado más de 15 minutos, su celular sonaba incesantemente, era su esposo quien preocupado la llamaba.
-Es mi esposo debe estar como loco.
-Me imagino.
-Tengo que irme, es muy tarde ya.
Mientras ella se vestía yo aprovechaba para observarla, era bella y provocadora, muy diferente a la tímida que conocí el primer día.
Finalmente, Esperanza estaba conmigo en una taberna escuchando música y uno que otro baile y en medio de la pista, vi sentada sola a una vieja amiga madura cuyas tetas eran un espectáculo para la vista. Salude a Gloria Amparo y le invite a acompañarnos en la mesa. Era de esas mujeres sueltas para hablar y sin tapujos. Nos contó algunas de sus aventuras sexuales. Mientras reíamos y bebíamos licor, nos cuenta de una ocasión en que tuvo que ver a una pareja de amigos tener sexo delante de ella, mientras ella se masturbaba. De pronto Esperanza se inclina en mi oído y me confiesa su deseo de ser observada mientras tiene relaciones sexuales, lo que lleva a Gustavo a invitar a su amiga a un motel para satisfacer la fantasía de su amante, algo que de inmediato excito a Gloria Amparo y los tres salieron juntos rumbo a cumplir aquella solicitud.
Ahora, mientras reflexiono sobre aquellos encuentros, no puedo evitar sonreír. Esperanza fue una mujer que me enseñó el poder del deseo y la importancia de explorar nuestros límites. Aunque nuestra historia terminó, sé que siempre recordaré aquel año de citas y encuentros sexuales únicos, y la forma en que su cuerpo se rendía al mío en un baile de placer y pasión.