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"El Juego de la Confianza"
Noche de visita, juego, y piel caliente
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Claudia y Marco eran de esas parejas que se mantenían bien con los años.
Cuarenta y tres ella, cuarenta y cinco él. Cuerpos cuidados, miradas cómplices, una relación firme… pero no exenta de secretos.
Esa noche, fueron invitados a conocer el nuevo apartamento de unos amigos: Julián, 47, y su flamante esposa, Martina, de apenas 26. Una mujer de sonrisa fresca, curvas jóvenes, piernas largas y una forma de sentarse que invitaba a quedarse mirando.
El departamento era moderno, acogedor, con luces cálidas y un aire a estreno que olía a madera nueva y vino tinto.
Todo empezó inocente.
Risas. Recorridos por cada ambiente. Un brindis por “los comienzos”. Luego, un juego de mesa para adultos que Julián sacó como quien no quiere la cosa. Tarjetas con preguntas atrevidas, desafíos sutiles… y tragos. Muchos tragos.
—¿Te has sentido atraída por la pareja de un amigo? —leyó Claudia, en voz alta.
Las miradas se cruzaron. La risa afloró. Pero en el ambiente… algo se activó.
Martina la miraba con admiración. Había algo en sus ojos que no era solo simpatía. La observaba con deseo disfrazado de curiosidad. Claudia lo notó. Le devolvió la sonrisa, apenas más lenta, apenas más intensa.
Marco y Julián también jugaban su propio duelo visual. Como dos hombres que sabían lo que se cocinaba bajo la superficie, pero preferían dejar que las mujeres encendieran el fuego.
En algún punto, la música bajó de volumen, las copas se llenaron de nuevo, y el juego de mesa se quedó sobre la alfombra… olvidado.
Julián fue el primero en soltarlo.
—¿Y si dejamos de jugar con las cartas… y empezamos a jugar con la confianza?
Silencio. Luego, una media sonrisa de Claudia. Una mirada de Marco.
Y la joven Martina, como si hubiera estado esperando justo ese momento, se levantó del sillón. Caminó lento. Se sentó junto a Marco. Cruzó las piernas.
—¿Puedo?
Él no respondió. Pero no hacía falta.
Del otro lado, Julián se acercó a Claudia. Le habló bajo, al oído. Nadie oyó lo que dijo. Pero sus dedos ya rozaban su rodilla.
Todo se volvió calor.
Roce de piel. Labios cerca. Suspiros contenidos.
Era como una danza orquestada sin palabras, donde el permiso se leía en las miradas, donde la piel hablaba más que las bocas.
Martina tocaba a Marco como si lo hubiera deseado hace tiempo. Claudia recibía las caricias de Julián con una mezcla de sorpresa y entrega. Se dejaban llevar. Se entregaban con lentitud. Primero con los ojos. Luego con las manos. Luego… con todo el cuerpo.
No hubo prisa. Solo una tensión que se volvió gemido. Una noche que se volvió historia.
El sofá fue testigo de cuatro cuerpos entrelazados. De dos parejas que, por unas horas, dejaron atrás los roles, los celos y los miedos.
Y cuando todo terminó, no hubo culpas.
Solo miradas nuevas.
Más intensas.
Más vivas.
Martina se acercó a Claudia mientras se vestían. Le tomó la mano y le dijo:
—Espero que les haya gustado el apartamento…
Y por cómo Claudia la miró, sabían que volverían.
No por los muebles.
Sino por lo que habían desatado dentro de esas paredes.
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