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Mi secreto siendo esposa – Parte XV: “Lo que no estaba en el plan”

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Mi secreto siendo esposa – Parte XV: “Lo que no estaba en el plan”

Por Mireya, 46 años

No lo planeé.

Solo quería sorprender a mi hijo.

Un fin de semana libre, un boleto comprado a último momento y ese impulso maternal —y egoísta— de volver a verlo, de invadir su rutina universitaria, de llevarle comida, lavarle algo, abrazarlo un rato.

Pero cuando toqué la puerta de su departamento en la ciudad universitaria…

él no estaba.

En su lugar, me abrió un chico alto, delgado, con una sonrisa desarmante y una camiseta sin mangas.

—¿Mireya? ¿La mamá de Diego?

—Sí, vine de sorpresa…

—No está, se fue de excursión con unos compañeros. Pero… pase, por favor. Soy Julián.

Adentro había otros dos. Uno de piel morena, ojos dormidos y barba incipiente, que se presentó como Iván. Y otro, de voz pausada y acento del sur, Rafa, más callado, pero con una mirada que decía mucho sin decir nada.

No debí entrar.

Pero lo hice.

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Acepté una copa.

Una sola.

La conversación fue ligera al principio. Preguntas sobre Diego, recuerdos de cuando eran niños.

Pero el tono fue cambiando.

Sus ojos recorrían mis piernas cruzadas, la camisa abierta hasta la línea del escote.

Yo lo notaba.

Y, por alguna razón, no me molestaba.

—No pareces mamá —dijo uno.

—¿Y cómo debería parecer?

—No sé… menos así.

No pregunté qué era “así”.

Solo sonreí, como si no entendiera.

Pero entendí todo.

---

Fue Julián el primero en sentarse más cerca.

Después Iván me ofreció otra copa.

Rafa no decía nada, pero no dejaba de mirarme.

La tensión era absurda. Irreal.

Pero también era deliciosa.

Me sentía viva.

Visible.

Deseada como hacía tiempo no me sentía.

Y entonces, uno de ellos dijo, con voz casi en broma:

—Si Diego se entera que su mamá es así de provocadora, no nos vuelve a dejar solos con ella.

—¿Y por qué debería? —respondí, como si no supiera a qué se refería.

Y ahí fue cuando cruzamos la línea.

---

El primer roce fue sutil.

Una mano que se apoyó más de la cuenta.

Un susurro al oído.

Una respiración demasiado cerca de mi cuello.

Y yo… no me retiré.

No me resistí.

No dije que no.

Solo dejé que pasara.

Y pasó.

---

No lo narraré con detalles.

Solo diré que fueron horas.

Que me sentí adorada.

Tomada.

Reclamada por esas manos jóvenes, ansiosas, coordinadas, curiosas.

Ellos no eran torpes.

Eran insistentes.

Creativos.

Hambrientos.

Y yo no fui una espectadora pasiva.

Fui parte.

Fui centro.

Cada uno dejó en mi piel algo distinto.

Un ritmo. Un sabor. Una marca.

Y yo me entregué a todos.

Más de una vez.

Sin culpa.

Sin límite.

---

Cuando desperté en el sofá, la blusa arrugada y el cabello enredado, el departamento estaba en silencio.

Uno de ellos me dejó un café.

Otro una nota:

> “Gracias por no ser como las otras mamás.”

— J, I & R.

No volví a hablar de eso.

Ni con Diego. Ni con nadie.

Pero cada vez que él me dice que sus amigos preguntan por mí…

solo sonrío.

Porque yo también los recuerdo.

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