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🔥 Nuestro secreto como esposos
Capítulo 1: Juegos sin reglas
Después del crucero, algo en la mirada de Mireya cambió.
No era culpa. No era arrepentimiento.
Era deseo… limpio, audaz, compartido.
Su esposo también había probado el filo de la tentación.
Pero lo que realmente los transformó fue lo otro:
la confesión… y lo que vino después.
Ahora, en casa, la vida seguía como si nada hubiera pasado.
Y sin embargo, todo era distinto.
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Una noche, en medio de la cena, él rompió el silencio:
—¿Y si jugamos a no conocernos?
Ella lo miró, con una ceja alzada, divertida.
—¿Cómo…?
—Tú te vistes como quieras. Te vas a ese bar nuevo del centro. Yo llegaré después… y no seré tu esposo.
—¿Y qué serás entonces?
—Solo un desconocido que quiere llevarte a la cama.
Mireya sonrió con una chispa en los ojos.
Ese juego… la excitaba más de lo que esperaba.
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Viernes, 10:23 p.m. – Bar Ilusión
Ella llegó sola.
Vestido negro ajustado. Escote profundo. Labios rojos.
Ni su anillo llevaba puesto.
Se sentó en la barra, cruzó las piernas, y pidió un vino.
Sintió miradas sobre ella… pero solo esperaba una.
Y entonces lo vio.
Él entró con camisa blanca, suelta, y el reloj que solo usaba en ocasiones especiales.
La miró, fingiendo no conocerla.
Se acercó como si fuera la primera vez.
—¿Puedo invitarte un trago?
Mireya lo miró de reojo, como si dudara.
Y jugó su papel.
—¿Eres siempre así de atrevido?
—Solo cuando algo vale el riesgo —dijo él, sin titubear.
El juego estaba en marcha.
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Hablaron como extraños.
Inventaron nombres. Historias.
Él fingía ser un escritor solitario. Ella, una mujer casada… aburrida y con ganas de sentirse viva.
Cada palabra cargaba algo más.
Él le preguntó si su esposo sabía que ella salía sola.
—No. Pero si lo supiera… quizás no diría nada.
Ella deslizó su mano sobre la pierna de él.
El fuego crecía, pero no se tocaban más.
No allí.
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Hotel cercano, 12:41 a.m.
Ella lo llevó, como si fuera su amante clandestino.
Entraron sin hablar.
Las luces tenues.
Las manos por fin libres.
Él la tomó con fuerza, como si no la hubiera tenido nunca.
Y ella se entregó, como si no supiera su nombre.
Hicieron el amor con rabia, con deseo acumulado, con la fantasía alimentada por el juego.
Pero en el fondo… sabían quiénes eran.
Y ese era el verdadero placer.
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Al amanecer, mientras él la abrazaba:
—¿Te gustó? —susurró él.
—Me encantó…
—¿Lo repetimos?
Ella sonrió, sin abrir los ojos.
—La próxima, tú me espías… sin que yo sepa cuándo.
—¿Y si haces algo que no me gusta?
Ella giró hacia él.
Lo miró seria.
Y dijo:
—Entonces me lo cuentas después… y lo convertimos en algo que sí te guste.
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FIN DEL CAPÍTULO 1