Guía Cereza
Publicado hace 2 días Categoría: Gay 378 Vistas
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Continuación... Relatos y Experiencias - Después del partido V

El grupo estalló en risas, sabiendo que esta noche los había unido aún más.

—Puta, Diego, dijo Iván, no me retes que yo traigo cuerda pa’l rato —bromeó, guiñando un ojo—. Pero, la neta, hay que irnos con todo. Un reto grupal, sin parejas, puro desmadre libre. Todos contra todos, a ver quién aguanta más.

Mauricio, hurgando en la bolsa de papas fritas, soltó un silbido largo.

—No mames, Iván, ¿quieres que esto sea una orgía o qué? —dijo, riendo, pero sus ojos decían que la idea no le parecía nada mal.

Alan, siempre el que ponía orden en los retos, se inclinó hacia adelante, con una chispa traviesa.

Iván, emocionado dice. Desmadre libre. Todos nos quitamos la ropa, nos sentamos en círculo, y cada quien toca a quien tenga cerca. Manos, boca, lo que sea, pero que incluya un toque en el culo, tipo suave, pa’l juego. A ver quién aguanta más sin venirse.

—Pinche Iván, siempre yendo al límite —dijo, pero se quitó la camiseta y el short, quedándose en bóxer—. Va, pero que sea rápido, no quiero que esto dure horas.

Todos rieron, y uno por uno se quitaron la ropa, dejando un montón de shorts y bóxers en el suelo. Se sentaron en un círculo apretado en la sala, con las rodillas casi tocándose. Iván, a la derecha de Diego, Mauricio al lado de Iván, Alan junto a Mauricio, y Rodrigo cerrando el círculo al lado de Diego.

Alan, con su papel de árbitro, dio la señal.

—Va, cabrones, sin reglas. ¡Arrancen!

El círculo se convirtió en un caos de risas y movimientos. Diego, con una sonrisa nerviosa, estiró una mano hacia Rodrigo, tocándole el pecho y bajando por su abdomen, mientras su otra mano rozaba el muslo de Iván. Iván, sin perder tiempo, le dio un toque suave a Diego en el culo, rozando con un dedo cerca del ano, lo que hizo que Diego diera un brinco y riera.

—¡No mames, Iván, avisa! —dijo, pero no se apartó, devolviéndole un toque parecido.

Mauricio, a la derecha de Iván, se inclinó y le dio un lametón rápido en el pecho a Iván, mientras su mano tocaba el culo de Alan, rozando sutilmente su ano con un dedo, como parte del juego. Alan, riendo, le siguió el paso, chupándole el cuello a Mauricio y tocándole el culo a Rodrigo, con un movimiento suave pero atrevido.

Rodrigo, que ya estaba completamente metido, se rió y le dio un toque en el ano a Diego, manteniendo la vibra juguetona.

—Pinche Rodrigo, te soltaste —bromeó Diego, entre suspiros.

El círculo era un desmadre de manos, lenguas y risas. Iván, con una sonrisa pícara, se inclinó y le dio un lametón rápido al miembro de Diego, mientras su mano seguía explorando el culo de Mauricio. Diego, al borde, respondió chupándole el pecho a Rodrigo, mientras su mano tocaba el ano de Iván con más confianza. Mauricio, no queriendo quedarse atrás, le dio oral brevemente a Alan, mientras Alan lamía el muslo de Rodrigo, rozando su culo con un dedo.

—¡No mames, ya! —dijo Mauricio, tapándose la cara de la risa.

Diego, con la respiración acelerada, empezó a soltar chorros de semen poco después, empujando a Iván con una sonrisa.

—Pinche Iván, tú empezaste esto —bromeó.

Alan e Iván, los últimos, terminaron casi al mismo tiempo, con Iván levantando los brazos como campeón.

—¡De aquí soy, cabrones! —gritó, ganándose risas y aplausos.

El grupo se recostó, sudados, riendo y todavía con el corazón a mil. La sala olía a chela, sudor y esa energía cruda de confianza brutal.

Diego e Iván, todavía con la adrenalina de la última ronda, se miraron con una sonrisa cómplice, como si supieran que necesitaban un momento para procesar todo.

Iván, limpiándose el sudor de la frente, le dio un codazo suave a Diego.

—Oye, güey, ven un rato pa’l cuarto de atrás —dijo, con un tono que mezclaba broma y algo más serio—. Nomás pa’ platicar, sin tanto desmadre.

Diego alzó una ceja, riendo, pero asintió.

—Pinche Iván, ¿qué traes? —bromeó, pero se levantó, siguiendo a Iván mientras los demás les lanzaban silbidos y comentarios pendejos.

—¡No se vayan a poner románticos, cabrones! —gritó Mauricio, muerto de risa.

—¡Cállate, pendejo! —respondió Diego, guiñando un ojo mientras se iban.

Entraron a una habitación de huéspedes en la parte trasera de la casa, un cuarto pequeño con una cama individual, un escritorio y una lámpara que apenas alumbraba. Cerraron la puerta, y el ruido de la sala se apagó, dejando solo el zumbido lejano del reggaetón. Iván se tiró en la cama, todavía en bóxer, y Diego se sentó en el borde, con una cerveza a medio tomar en la mano. El aire estaba más tranquilo, pero todavía cargado de esa energía cruda que los había llevado a tocarse, chuparse y explorarse frente a todos.

Diego rompió el silencio, mirando a Iván con una sonrisa nerviosa.

—Chale, cabrón, ¿qué pedo con todo esto? —dijo, rascándose la nuca—. Hace una semana éramos unos cuates jugando fut, y ahora... no sé, estamos jalándonosla, chupándonos y tocándonos el culo. ¿Qué onda? ¿Somos gays ahora o qué?

Iván se rió, recargándose en los codos, con esa confianza que nunca perdía.

—Puta, Diego, vas directo —dijo, pero su tono era relajado, sin juicio—. La neta, no sé. Yo no me siento gay, tipo... no quiero un novio ni nada de eso. Pero lo de ahorita, lo del vestidor, lo de la sala... me prendió cañón. Sobre todo contigo, güey. Ese toque mutuo el otro día, y hoy el oral... no sé, estuvo cabrón.

Diego asintió, mirando su chela como si ahí estuviera la respuesta.

—Órale, sí. La neta, a mí también me prendió —confesó, con una risa tímida—. Como cuando me tocaste el culo hoy, o cuando te la chupé. Fue... raro, pero chido. Pero, no sé, siempre pensé que me gustaban las chavas, y ahora estoy aquí, con un cuate, y no me siento mal. ¿Qué pedo? ¿Siempre tuvimos esto guardado o qué?

Iván se encogió de hombros, pensativo.

—Pus a lo mejor, güey. Digo, yo desde el trío que les conté ya sabía que no me rayaba con un cuate. Pero lo tuyo, lo del vestidor, lo de hoy... se te ve que le entras sin pedos. ¿Tú qué sientes? ¿Te gusta nomás por el desmadre o hay algo más?

Diego se rió, tapándose la cara un momento.

—No mames, Iván, me estás haciendo pensar de más —dijo, pero luego se puso más serio—. La neta, no sé si hay algo más. Me gusta el desmadre, eso seguro. Pero... no sé, contigo es diferente. Como que confío en ti, y eso hace que me suelte. Lo del culo, por ejemplo, cuando me rozaste con el dedo, me dio un chingo de nervio, pero también me prendió. Nunca pensé que me gustaría algo así.

Iván sonrió, acercándose un poco en la cama.

—Chido, güey. A mí también me prendió tocarte ahí —dijo, con una chispa pícara—. Y el oral de hoy, no mames, casi me haces venirme en diez segundos. Pero, la neta, no creo que sea de “somos gays” o no. Yo digo que es... no sé, curiosidad, confianza, cachondez. Como los demás. Mauricio se soltó cañón hoy, y hasta Rodrigo, que siempre estaba de mirón, le entró. Tal vez todos teníamos algo guardado, pero nomás necesitábamos el momento pa’ sacarlo.

Diego asintió, pensativo.

—Pus sí, Mauricio estaba a full con Alan, y Rodrigo... no mames, quién diría que se iba a animar a chupar —rió—. Pero, ¿y si seguimos con esto? ¿Qué pedo? ¿Vamos a estar haciendo desmadre cada fin de semana o qué?

Iván se rió, estirándose en la cama.

—Puta, si quieres, yo le sigo —bromeó, pero luego se puso más serio—. La neta, me late lo que tenemos. No sé si somos gays, bi o qué chingados, pero me vale. Si nos prende, pues a darle. ¿Tú qué dices? ¿Te animas a probar algo más, aquí, solos, pa’ ver qué onda?

Diego alzó una ceja, riendo, pero notó que Iván estaba más cerca, con esa mirada que mezclaba broma y provocación. El ambiente en el cuarto se puso más denso, como si la plática los hubiera llevado a otro nivel.

—Pinche Iván, —dijo, pero se acercó también, dejando la chela en el escritorio—. Ok, va. Pero... ¿qué tienes en mente? .

Iván rió, sentándose más cerca, sus rodillas tocándose.

—Tranquilo, güey. Nomás pa’ seguir la plática —dijo, y con una sonrisa pícara, se bajó el bóxer, dejando ver que ya estaba medio duro otra vez—. ¿Qué tal si nos damos un oral, pero tranqui, mientras seguimos platicando? Pa’ ver qué sentimos.

Diego se rió, rojo pero metido en el desmadre.

—Chingue su madre, eres un enfermo —dijo, pero se bajó el bóxer también, sentándose más cerca. Los dos se miraron, riendo, y Diego fue el primero en inclinarse, dándole un lametón lento al miembro de Iván, con una mezcla de nervio y curiosidad.

Iván soltó un suspiro, riendo.

—No mames, Diego, vas con todo —dijo, y le devolvió el favor, inclinándose para chupar a Diego, moviéndose con ritmo suave pero firme.

Mientras se complacían, la plática siguió, entre suspiros y risas.

—Entonces, güey —dijo Diego, con la voz entrecortada—, ¿crees que los demás también están pensando en esto? Tipo, ¿Mauricio y Alan están igual de rayados?

Iván, levantando la cabeza un momento, rió.

—Puta, seguro. Mauricio se veía muy prendido con Alan. Y Rodrigo... no sé, tal vez nomás necesitaba un empujón. Pero, la neta, yo creo que todos estamos en la misma. No es de “somos gays”, es de... no sé, soltarnos con los cuates.

Diego asintió, gimiendo bajito mientras Iván seguía.

—Pus sí, eso siento. Como que con ustedes no hay pedo, puedo hacer lo que sea y no me siento juzgado. Como ahorita, no mames, esto está cabrón.

Iván rió, acelerando un poco.

—Chido, güey. Entonces, ¿te animas a más? —dijo, y con una mirada traviesa, rozó el culo de Diego con un dedo, apenas tocando el ano, como en el reto anterior.

Diego dio un brinco, riendo.

—¡Pinche Iván, avisa! —bromeó, pero no se apartó, dejando que Iván siguiera, con un toque suave pero más intencional—. La neta, eso también me prende, pero me da un chingo de nervio.

Iván sonrió, manteniendo el ritmo con su boca y su mano.

—Tranquilo, güey. Todo con calma. Si te late, seguimos, si no, paramos —dijo, con una sinceridad que reforzaba la confianza entre ellos.

Diego se quedó callado un segundo, procesando. La idea lo golpeó como una ola: miedo, curiosidad, excitación, todo mezclado. Se rió, tapándose la cara.

—No mames, Iván, ¿neta? —dijo, pero no se apartó—. O sea, ¿quién a quién? Porque, la neta, eso suena... intenso.

Iván se encogió de hombros, relajado.

—Pus los dos, si quieres. Uno empieza, luego cambiamos. Pero todo chido, güey, nomás pa’ ver qué se siente. Yo traigo lubricante en el cajón, y... bueno, condones también, por si las dudas —dijo, guiñando un ojo.

—Chingue su madre, eres un pinche preparado —bromeó Diego, pero asintió—. Ok, va. Pero con calma, ¿eh? Y si me arrepiento, te paro en seco.

Iván levantó las manos, sonriendo.

—Trato hecho, cuate. Tú mandas —dijo, y se inclinó para besar a Diego en el cuello, un gesto suave pero que encendió el ambiente al instante.

Diego, sorprendido pero dejándose llevar, respondió inclinándose hacia Iván, sus manos rozando los muslos del otro, sus cuerpos ya familiarizados pero ahora en un terreno nuevo. Diego miró el miembro de Iván: grueso, venoso, con la piel tirante por la erección, el glande brillando ligeramente bajo la luz tenue. Su propio pene, algo más largo pero menos ancho, estaba igual de duro, con una curva suave hacia arriba que lo hacía destacar.

Iván, notando la mirada, rió.

—Pinche Diego, ya te enamoraste —bromeó, y se estiró para sacar un condón y un frasco de lubricante del cajón del escritorio.

Diego, rojo pero riendo, le dio un empujón.

—Cállate, pendejo, nomás estoy midiendo el terreno —dijo, pero su voz temblaba un poco de nervios.

Iván se puso el condón con calma, aplicando lubricante en su miembro, que ahora brillaba bajo la luz. Diego lo observó, sintiendo una mezcla de anticipación y ansiedad. Iván le pasó el frasco, y Diego hizo lo mismo, preparándose mientras Iván lo guiaba con una sonrisa.

—Ok, güey, tú primero, pa’ que te sientas en control —dijo Iván, recostándose boca arriba, levantando las piernas ligeramente para darle acceso a Diego—. Pero suave, ¿eh? No soy de cristal, pero tampoco soy pro.

Diego rió, nervioso, pero se acercó, arrodillándose entre las piernas de Iván. Tocó los muslos de Iván, fuertes y cálidos, y luego rozó su culo, notando la piel suave y el calor que emanaba. Con un dedo lubricado, exploró el ano de Iván, moviéndose despacio, sintiendo cómo se tensaba y luego se relajaba bajo su toque.

—No mames, Iván, esto es... raro —dijo, riendo, pero su erección decía lo contrario.

Iván, con un suspiro, rió también.

—Puta, güey, está chido. Sigue, nomás despacio —dijo, relajándose más.

Diego, más confiado, alineó su miembro con el ano de Iván, empujando con cuidado. La sensación fue inmediata: el calor apretado, casi abrumador, envolvió la punta de su pene, haciendo que soltara un gemido bajo. El glande, sensible y lubricado, se deslizó lentamente, mientras el cuerpo de Iván se ajustaba, apretándolo con una presión que era nueva y electrizante. Diego sintió cada centímetro de su pene entrando, la fricción suave pero intensa, el calor creciendo a medida que avanzaba.

—No mames, Iván, esto es... cabrón —dijo, con la voz entrecortada, deteniéndose para no ir demasiado rápido.

Iván, con la respiración acelerada, rió entre suspiros.

—Puta, güey, está intenso —dijo, ajustándose—. Pero chido. Dale, pero tranqui.

Diego empezó a moverse, con empujes lentos, sintiendo cómo el ano de Iván lo apretaba, cada movimiento enviando oleadas de placer por su pene, desde la base hasta el glande. La piel de su miembro, tirante y lubricada, se deslizaba con un ritmo que lo hacía gemir. Iván, por su parte, sentía el estiramiento, una mezcla de presión y placer que lo hacía jadear, el glande de Diego rozando puntos sensibles dentro de él, cada embestida más cómoda que la anterior.

Después de unos minutos, Iván levantó una mano, riendo.

—Ok, güey, mi turno —dijo, con una sonrisa pícara—. No te escapes.

Diego, jadeando y riendo, se retiró con cuidado, sintiendo el frío del aire en su pene aún duro. Cambiaron posiciones, con Diego ahora boca arriba, las piernas levantadas, y un nudo de nervios en el estómago. Iván, con un nuevo condón y más lubricante, se acercó, tocando el culo de Diego con un dedo, explorando el ano con suavidad.

—Relájate, cuate —dijo Iván, con una voz tranquilizadora—. Si no te late, paramos.

Diego asintió, riendo.

—Va, pero despacio, pinche loco —dijo, respirando hondo.

Iván aplicó lubricante, y Diego sintió el frío inicial, seguido por el calor del dedo de Iván, que se movía con cuidado, relajándolo. La sensación era extraña, invasiva pero intrigante, con un cosquilleo que lo hacía tensarse y luego soltarse. Cuando Iván alineó su miembro, Diego sintió la presión del glande, grueso y caliente, empujando contra su ano. La primera entrada fue intensa, un estiramiento que lo hizo gemir, pero el lubricante y la paciencia de Iván hicieron que el dolor inicial se convirtiera en una sensación llena, profunda.

—No mames, Iván, es... mucho —dijo Diego, riendo nervioso, pero su erección seguía firme.

Iván, con un suspiro, rió.

—Puta, güey, estás apretado —dijo, moviéndose despacio, sintiendo cómo el ano de Diego envolvía su pene, la presión cálida y apretada haciéndolo gemir.

Cada embestida de Iván era un torbellino de sensaciones para Diego: el glande de Iván, ancho y firme, rozaba su interior, enviando chispas de placer que lo hacían jadear. Para Iván, la fricción era exquisita, su pene envuelto en un calor que lo llevaba al borde, cada movimiento amplificado por la conexión con Diego. Los dos se movían juntos, encontrando un ritmo entre risas y suspiros, sus cuerpos sudados y entrelazados.

Mientras se movían, la plática volvió, entrecortada pero natural.

—Entonces, güey —dijo Diego, gimiendo—, ¿esto nos hace gays o qué?

Iván rió, acelerando un poco.

—Puta, Diego, no sé —dijo, jadeando—. Nomás sé que me prende un chingo. ¿Y a ti?

Diego, con una sonrisa, asintió.

Diego, al borde, soltó un gruñido, llegando al orgasmo con un espasmo, su semen salpicando su abdomen. Iván, sintiendo la contracción, llegó segundos después, gimiendo mientras se recostaba sobre Diego, riendo.

Los dos se quedaron tirados, jadeando, con risas entrecortadas. Diego, limpiándose con una sábana, dijo:

—No mames, Iván, esto ya es otro pedo. Pero... la neta, estuvo chido.

Iván, todavía sonriendo, asintió.

Diego salió de la habitación de huéspedes con el corazón latiendo como tambor, el cuerpo aún vibrando por la intensidad de lo que había compartido con Iván. La penetración, el calor, los gemidos entre risas —todo se le había grabado en la piel como un tatuaje invisible. Pero la pregunta que habían dejado flotando, “¿somos gays ahora o qué?”, pesaba más que el sudor que le corría por la nuca. Mientras volvían a la sala, donde Mauricio, Alan y Rodrigo seguían echando desmadre con chelas y papas fritas, Diego sintió un nudo en el estómago. La confianza brutal con el grupo estaba ahí, sólida, pero algo en él se tambaleaba.

—Pinche Iván, me dejaste pensando de más —susurró Diego, dándole un codazo mientras se sentaban.

Iván rió, guiñando un ojo.

—Puta, güey, eso es parte del paquete —bromeó, pero sus ojos decían que entendía el torbellino en la cabeza de Diego.

La noche terminó entre risas y más pendejadas, pero Diego no pudo dormir bien. Las imágenes de Iván, de sus manos, de su cuerpo, se mezclaban con recuerdos de su ex, de las chavas que le gustaban, de los retos en el vestidor. Al día siguiente, sábado, anunció que necesitaba “un respiro” y se esfumó del chat grupal, ignorando los mensajes de Mauricio que decían “¿Qué pedo, cabrón? ¿Ya te rajaste?”.

Diego se lanzó a las calles, buscando claridad. Caminó por el centro, terminó en un café donde conoció a Sofía, una chica de ojos oscuros y risa fácil que estudiaba diseño. La química fue instantánea: platicaron de música, de películas, y terminaron en un bar esa noche. Sofía era todo lo que Diego siempre había querido en una chava —segura, directa, con un cuerpo que lo hacía tragar saliva—. Cuando ella lo invitó a su departamento, Diego no lo pensó dos veces.

En la cama de Sofía, Diego se dejó llevar. Su piel era suave, sus curvas cálidas, y el sexo fue intenso: besos hambrientos, sus manos explorando cada rincón de ella, su miembro duro deslizándose dentro con un ritmo que los hacía jadear. Pero en medio del placer, Diego sintió una desconexión. Mientras Sofía gemía bajo él, su mente volaba a Iván —el calor de su ano, la presión de su cuerpo, las risas compartidas—. El orgasmo llegó, pero dejó un vacío. Sofía, acurrucada a su lado, no notó que Diego miraba el techo, perdido.

—¿Qué pedo, Diego? ¿Todo bien? —preguntó ella, rozándole el brazo.

—Pus sí, todo chido —mintió, forzando una sonrisa.

Pero no estaba chido. Diego pasó una semana evitándolos a todos, respondiendo con monosílabos en el chat, saltándose los entrenamientos. No era solo la pregunta de si era gay, bi o qué chingados. Era el miedo de que el grupo, su refugio, se rompiera si seguía por ese camino. ¿Y si Iván quería más? ¿Y si los demás se rayaban? Pero cada noche, solo en su cuarto, su cuerpo traicionaba su cabeza, recordando el tacto de Iván, el desmadre con los cuates, el “no se lo contamos a nadie”.

El viernes siguiente, Mauricio lo acorraló con un mensaje: “Ya, cabrón, cae en casa de Iván esta noche o te jalamos a güevo”. Diego, con el corazón en la garganta, supo que no podía seguir huyendo. Cuando llegó a la casa de Iván, el aire estaba espeso. Los cinco estaban en la sala, con chelas y el reggaetón de siempre, pero las miradas eran diferentes: una mezcla de enojo, preocupación y algo más, como si todos sintieran el mismo vacío.

—Pinche Diego, ¿qué pedo? —dijo Alan, cruzado de brazos—. Te pierdes una semana, ni contestas. ¿Ya te dio frío o qué?

Diego se rascó la nuca, sentándose en el sillón, evitando la mirada de Iván.

—Chale, no es eso, güey —murmuró—. Nomás... necesitaba pensar. Esto se puso cabrón, ¿no? Lo del vestidor, lo de aquí... no sé, me rayé.

Iván, desde el suelo, lo miró fijo, con una intensidad que cortaba el aire.

—¿Te rayaste por mí? —preguntó, sin rodeos, pero con un tono que no era acusador, solo crudo.

Diego tragó saliva, sintiendo las miradas de todos.

—No es por ti, Iván. Es... todo. Lo que hicimos, lo que sentí. La neta, me metí con una chava esta semana, y estuvo chido, pero... no sé, no paraba de pensar en ustedes, en esto —señaló al grupo, su voz temblando—. ¿Qué pedo? ¿Somos gays? ¿Lo teníamos guardado? ¿O nomás es desmadre?

El silencio pesó, pero Mauricio rompió la tensión con una risa suave.

—Pinche Diego, te fuiste a la mierda por eso —dijo, pero su tono era cálido—. La neta, yo también me lo he preguntado. Lo de la sala, lo de chuparnos, tocar el culo... me prendió, pero no sé si soy gay. Tal vez nomás nos late el desmadre juntos.

Rodrigo, que había estado callado, asintió.

—Pus sí, güey. Yo siempre fui el mirón, pero la última vez me solté, y... no sé, no me siento diferente. Nomás me gusta estar con ustedes, sin pedos.

Alan, siempre el árbitro, se inclinó hacia adelante.

—Órale, entonces dejemos de rayarnos. Pero, Diego, si vas a estar con nosotros, tienes que entrar de lleno. Nada de rajarte. ¿Qué pedo? ¿Le entras o no?

Diego miró a Iván, cuyos ojos no se apartaban de él. Había algo ahí: deseo, pero también dolor, como si la ausencia de Diego lo hubiera golpeado más de lo que admitía.

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