Capítulo 5: “Los tres”

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🌙 Una noche distinta

El vino estaba servido. La casa en silencio. Mireya llevaba puesto un vestido negro de tirantes, sencillo, ajustado, sin ropa interior debajo. Él lo notó desde el primer momento. La tensión entre ambos flotaba en el aire, como si ya supieran lo que iba a pasar… pero ninguno quería decirlo primero.

—¿Te gustó lo que viste aquella noche? —preguntó ella, sin rodeos.

Él no dudó.

—Me enloqueció. Verte así, libre. Tan tú.

Ella sonrió, cruzando lentamente las piernas.

—¿Y ahora qué quieres?

—Estar allí —dijo él, con la voz más baja—. No solo para mirar. Quiero tocarte mientras otro lo hace. Quiero escucharte gemir con los dos. Quiero sentir cómo te compartes conmigo… de verdad.

Ella lo observó largo rato. Y no dijo nada. Se levantó de la mesa, lo tomó de la mano… y simplemente dijo:

—Entonces hazlo real.

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🖤 La decisión compartida

Eligieron juntos. Un chico de treinta y pocos, maduro, respetuoso, con esa mirada segura que no exige, solo ofrece. No hubo improvisación. Todo fue hablado: límites, roles, intimidad. No era descontrol. Era entrega compartida.

La habitación era cálida. Velas. Música suave. Aromas de madera y canela. Mireya entró primero. El vestido cayó al suelo con un leve roce. Quedó desnuda, de pie, serena. Su esposo la observaba desde la cama, ya sin camisa, respirando hondo.

Ella se acercó a él. Lo besó despacio, profundo. Apoyó la frente contra la suya y le susurró:

—Acuérdate que soy tuya… aunque esta noche lo comparta.

Él solo asintió.

El tercero se acercó. No habló. No lo necesitaba.

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🔥 Tres cuerpos, una voluntad

Mireya fue el centro. El inicio. El motivo. Primero, fue ella sobre su esposo, besándolo, guiándolo. Luego, lo miró fijamente mientras dejaba que el otro la acariciara desde atrás. Sus manos recorrían su espalda, sus costados, sus caderas… y su esposo lo permitía, observando cómo su mujer se abandonaba al deseo… sin dejar de tocarla.

Sus labios se mezclaban. Sus cuerpos, también.

A ratos, ella cerraba los ojos. A ratos, los abría solo para mirar a su esposo… y ver que aún estaba con ella. Que no la juzgaba. Que la deseaba más que nunca.

En un momento, lo más íntimo no fue lo físico. Fue una mirada entre ellos. Profunda. Cargada de amor, de complicidad… y de fuego.

—¿Estás bien? —le susurró él, mientras acariciaba su rostro.

Ella asintió, con lágrimas de placer y emoción.

—Nunca me he sentido tan tuya.

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🌌 Y al final…

Volvieron a casa juntos. Silenciosos. Exhaustos. Cargados de algo que no podían nombrar, pero que los unía más que nunca.

Esa noche, ya solos en su cama, sin testigos, él la abrazó por detrás.

—No sabía que te podía amar más —dijo él, besándole el cuello.

Mireya sonrió, cerrando los ojos.

—Ahora sabes.

Y apenas estamos empezando.

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