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🔥 Nuestro secreto siendo esposos
Capítulo 9: “En el asiento trasero”
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🌒 Sin destino claro
Era sábado. La ciudad vibraba con luces, con ruido, con prisa. Pero Mireya no tenía ninguna.
Vestía un vestido negro ajustado, sin sostén, con la espalda descubierta y un corte que dejaba entrever el inicio de sus muslos. Su esposo conducía… pero no su auto. Había tomado un Uber. Un gesto simple, casi inocente. Saldrían a tomar algo. A caminar. A no decirse nada. O todo.
Pero cuando ella subió al asiento trasero, lo hizo sola. Él se sentó adelante, junto al conductor. Mireya cruzó la pierna, dejó que el vestido se deslizara, y miró por la ventana con una sonrisa que decía más de lo que mostraba.
El conductor, joven, callado, la observó por el retrovisor. Una, dos veces. Hasta que su esposo dijo:
—¿Podrías llevarnos sin rumbo por unos minutos?
El joven no preguntó. Solo asintió.
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🖤 El roce
Las luces de la ciudad pasaban rápidas. Adentro, el aire se volvía espeso. Mireya se inclinó hacia adelante, habló suave:
—Hace calor aquí atrás…
Su esposo bajó la mirada, la vio entre el espejo y la imaginación. Ella se reclinó de nuevo, y esta vez, subió la falda apenas… lo suficiente.
No había música. Solo el rumor de la calle. Y la respiración de los tres.
En un cruce oscuro, su esposo dijo:
—Detente aquí un momento.
Era un callejón. Tranquilo. Sombrío. Con una farola que apenas alumbraba.
El conductor se giró, incómodo. Pero no preguntó.
Mireya se deslizó hacia la puerta, y su esposo abrió la trasera y entró junto a ella. Casi no cabían. Pero no importaba. El vidrio se empañó casi de inmediato.
Él la besó sin preguntar. Con fuerza. Con ansiedad. Como si el entorno los hubiese encendido aún más. La falda ya no cubría nada. Sus piernas rodearon su cintura con facilidad. El cuerpo de Mireya se movía con ritmo propio, mientras las manos de él recorrían cada centímetro que ya conocía… pero que esa noche le parecía nuevo.
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🌌 Compartida
El conductor miró hacia atrás. No podía evitarlo. Ni fingir indiferencia.
Mireya se dio cuenta. Sonrió. Su mirada no era de vergüenza, era de provocación.
Y entonces, entre jadeos, ella susurró a su esposo, sin apartar la boca de su cuello:
—¿Te gustaría que él también me vea?
Él no respondió. Pero sus manos bajaron el vidrio trasero. Solo unos centímetros. Lo justo para que el aire entrara. Y el sonido también.
El conductor no dijo nada. No se movió. Pero tampoco desvió la mirada.
Mireya arqueó la espalda, cerró los ojos… y se dejó ir. Sin filtro. Sin miedo. Sin pudor.
Cuando terminó, el silencio fue aún más denso que antes.
Su esposo salió del asiento trasero. Abrió la puerta delantera. Y miró al conductor.
—Tu turno —dijo.
El chico tragó saliva. No podía creer lo que escuchaba. Mireya tampoco lo miró. Solo se acomodó en el asiento trasero, con las piernas abiertas, la piel brillando por el sudor y el deseo aún latente.
Él entró. Temblando. Como si lo que estaba a punto de vivir no pudiera ser real.
Pero lo fue.
Y el auto, en ese callejón oscuro, se convirtió en el escenario más íntimo de todos.
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✨ Después
Nadie habló mucho. El Uber los llevó de vuelta al hotel. Mireya se acomodó el vestido, cruzó la pierna de nuevo, pero esta vez… con una sonrisa de triunfo.
Al bajar, el conductor se quedó unos segundos inmóvil. Como si necesitara convencerse de que todo había ocurrido.
Ella lo miró una última vez.
—Gracias por el paseo.
Y desapareció, tomada de la mano de su esposo.
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