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🔥 Nuestro secreto siendo esposos
Capítulo 10: “Donde nadie pregunta tu nombre”
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🌃 Un lugar fuera del mapa
Era jueves por la noche. Un contacto anónimo, una dirección compartida por mensaje en un foro privado, y una frase que decía:
“Solo parejas. Solo miradas. Solo una noche.”
Mireya estaba lista.
Vestía un abrigo largo, y nada debajo salvo un conjunto de encaje que no dejaba mucho a la imaginación. Su esposo no preguntó por qué ella tardó tanto en arreglarse. Él también se había preparado: la confianza era parte del juego.
Llegaron a un edificio sin letrero. Solo una puerta negra y un hombre alto con un auricular.
—¿Primera vez?
—Sí —respondió el esposo.
—Entonces recuerden: sin nombres, sin teléfonos, sin fotos… solo conexión.
Entraron. El ambiente era íntimo, entre luces tenues, música lenta y cuerpos que se rozaban sin hablar. Parejas de todas las edades. Todas con una complicidad distinta. Todas dispuestas a algo.
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🔥 La oferta
En la barra, Mireya pidió un vino. Su esposo se quedó de pie tras ella, observando cómo dos hombres la miraban. Uno de ellos se acercó, sin palabras, solo con una sonrisa.
Ella lo miró. Luego miró a su esposo.
Él no dijo nada… solo asintió con una ligera inclinación.
Y así, la noche empezó.
El primer roce fue una mano en su espalda. Luego, los dedos rozando su cintura, y la respiración de un desconocido demasiado cerca. Su esposo no intervenía. Estaba allí. Observando. Disfrutando.
Cuando Mireya sintió una boca en su cuello, cerró los ojos.
Y cuando los abrió… vio a otra mujer acariciando el brazo de su esposo.
Fue entonces cuando comprendieron que no estaban allí para mirar.
Estaban allí para ser parte.
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⚡ Lo prohibido, compartido
En una sala reservada, con sillones amplios y cortinas de terciopelo, Mireya se sentó entre los dos desconocidos. Su esposo, al otro lado, era atendido por la mujer de antes. Nadie decía una palabra. No era necesario.
Las caricias empezaron lentas, como un ritual. Manos ajenas explorando su piel con respeto y deseo. Suspiros contenidos. Miradas robadas. Y en medio de todo, la presencia de su esposo, que la observaba… y se dejaba observar.
Mireya se dejó llevar. Nunca había sentido tanta libertad. Ni tanto vértigo.
El sonido de las respiraciones, el roce de piel con piel, los gemidos apenas audibles… todo se mezclaba con la música suave, el vino, y el aroma a deseo que flotaba en el aire.
Y así, compartidos, entregados, la noche los tragó por completo.
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🌫️ El regreso
Cuando salieron, la madrugada ya había llegado.
Caminaron en silencio unas cuadras, tomados de la mano.
No había culpa. No había preguntas. Solo una mirada entre ellos que lo decía todo.
Mireya se acercó a su esposo, lo besó despacio y le susurró:
—Esta parte de mí… solo tú la conoces así.
Él la abrazó fuerte. No por celos, sino porque sabía que, aunque el mundo la deseara, ella siempre volvía a él. Más viva, más suya.
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