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🔥 Nuestro secreto siendo esposos
Capítulo 11: “Déjame sorprenderte”
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🌙 El inicio del juego
Mireya se acercó a él mientras veía televisión.
—Este sábado, no hagas planes. Te tengo uno.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó él.
—Nada que hayas imaginado —respondió ella, sonriendo.
Esa sonrisa… no era como las demás. Tenía algo de promesa, de desafío, de fuego escondido.
El sábado llegó. Él salió del baño, perfumado, con camisa negra y blazer. Mireya lo esperaba con un vestido ajustado, sin espalda, y una mirada que hacía innecesarias las palabras.
—¿Adónde vamos? —intentó de nuevo.
—A donde me sigas.
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🚘 El destino secreto
Subieron al coche. Ella conducía. Durante el camino, puso música suave, sin hablar. Cada tanto, cruzaban miradas. Él intentó adivinar… pero no lo logró.
Llegaron a una casa elegante, de fachada discreta, en una zona de la ciudad que no solían frecuentar.
Una mujer los recibió en la entrada con una sonrisa cómplice, sin hacer preguntas.
Los condujo hasta una habitación amplia, con luces bajas, aromas a incienso y pétalos en el suelo. En el centro, un gran espejo de cuerpo entero frente a un diván de terciopelo.
—Esta noche es solo para ti —susurró Mireya, cerrando la puerta detrás de ella.
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🔥 El regalo
—Siéntate —le dijo, con voz suave.
Él obedeció.
Mireya se acercó al espejo, lenta, mirándose… y mostrándose. Comenzó a desabotonarse el vestido, sin apuro, dejando que cada centímetro de su piel apareciera como un secreto revelado con placer. Él la observaba, hechizado. En silencio.
Ella se giró, caminó hacia él, se sentó a horcajadas sobre sus piernas.
—Hoy solo vas a mirar, al principio —le dijo al oído—. Hoy quiero que me veas como nunca me has visto.
Y entonces, desde la puerta entreabierta, otra mujer entró. Morena, elegante, con una sensualidad tranquila. Se acercó a Mireya… y la acarició con lentitud.
Su esposo no dijo nada. Pero sus ojos lo gritaban todo.
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🖤 Lo inesperado…
La otra mujer no tocó al esposo. Solo a Mireya. Y ella, entregada, sonreía. Cada caricia la volvía más audaz, más deseante. El espejo frente a ellos devolvía una imagen irresistible: Mireya y la mujer, envueltas en gestos suaves y piel cálida, mientras él miraba, deseaba… y esperaba.
Cuando Mireya sintió que era el momento, lo tomó de la mano.
—Ahora sí… quiero que me toques.
Y entre los tres… se deshizo la noche.
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🌘 El final del plan
Horas después, de regreso al coche, su esposo le tomó la mano con fuerza.
—No tengo palabras —dijo él.
—No las necesitas —respondió ella, girando a verlo con la misma sonrisa del lunes—. Solo acuérdate de esta noche… cuando te pregunte si confías en mí.
Y él supo que esa confianza no solo se había reforzado, sino que ahora era un secreto que nadie más podría entender.
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