Guía Cereza
Publicado hace 19 horas Categoría: Sexo anal 115 Vistas
Compartir en:

El domingo por la mañana, el local estaba tranquilo, casi vacío. Yo estaba detrás del mostrador, limpiando vasos, cuando sonó la puerta trasera y un momento después   la puerta se abrió de golpe. Doña Beatriz entró como un torbellino, su falda de bolero ondeando alrededor de sus piernas. Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado, y su respiración era agitada, como si hubiera corrido hasta aquí.


—Buenos días Don Gustavo —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar la urgencia en sus ojos.


—Buenos días, Doña Beatriz —respondí, dejando el vaso que estaba secando—. ¿Todo bien?


Ella asintió, pero sus manos se movían nerviosas, ajustando el bolso que llevaba al hombro. Fue entonces cuando noté algo extraño. Su falda se movía de una manera que no era natural, como si no hubiera nada debajo que la sujetara. Mi mirada se deslizó hacia abajo, y ella, como si hubiera leído mi mente, se rascó el culo con descaro, sus uñas rozando la tela fina de la falda.


—Dios, hace un calor infernal —murmuró, pero sus ojos brillaban con algo más que incomodidad.


No pude evitar sonreír. Doña Beatriz siempre había sido una mujer de modales impecables, pero hoy algo era diferente. Había una chispa en su mirada, una provocación que no podía ignorar.


—Ven —le dije, señalando hacia el sofá del fondo del local—. Necesitas sentarte un momento.


Ella no protestó. Caminó hacia el sofá con pasos rápidos, su falda ondeando con cada movimiento. Yo la seguí, sintiendo cómo mi verga empezaba a palpitar dentro del bóxer y el pantalón. Cuando llegó al sofá, se sentó con un suspiro, pero yo no le di tiempo para más. Me arrodillé frente a ella, mis manos subiendo por sus muslos suaves.


—Qué haces —susurró, pero no me detuvo.


—Ahh —le dije, acercando mi cara a su falda—. No llevas nada debajo, ¿verdad?


Ella no respondió, pero su respiración se aceleró cuando mis dedos rozaron el borde de su falda. Con un movimiento rápido, se la levanté, dejando al descubierto su culo desnudo, redondo y perfecto. No llevaba nada debajo, tal como había imaginado. Su piel era suave, sin marcas, casi virgen.


—Huy, Doña Beatriz —murmuré, sintiendo cómo mi polla se endurecía aún más—. Esto es una tentación.


Ella se rio, un sonido bajo y ronco que me hizo estremecer.


—No sabes lo que es tentación hasta que pruebas —dijo, inclinándose hacia adelante para susurrar en mi oído—. Lámelo y quítame el ardor que traigo.


No espere que me lo pidiera dos veces. Mis labios se posaron en su muslo interno, besando y lamiendo su piel suave. Ella gimió, sus dedos enredándose en mi cabello, guiándome hacia donde más lo deseaba. Cuando mi lengua finalmente rozó su culo, ella jadeó, sus caderas moviéndose instintivamente hacia mi cara.


—Así, sí —susurró, su voz temblorosa—. Justo ahí.


Mi lengua trazaba círculos alrededor de su entrada, saboreando su piel, su aroma. Era delicioso, una mezcla de sudor y excitación que me volvía loco. Ella, mientras tanto, no se quedó quieta. Sus manos se movieron hacia mi, desabrochando mi pantalón con urgencia. Cuando su mano rescato mi verga del bóxer, un gemido escapó de mis labios.


—Mierda, Doña Beatriz —gruñí contra su piel—. Vas a matarme.


Ella se rio, su mano moviéndose con habilidad, apretando y acariciando mi cabeza y tronco con la misma urgencia con la que yo lamía su culo.


—Cállate y sigue —dijo, su voz firme a pesar del temblor en sus piernas.


No había tiempo para juegos lentos. Sabíamos que alguien podía entrar en cualquier momento, y eso solo añadía más excitación al momento. Mi lengua se volvió más insistente, presionando contra su entrada, sintiendo cómo se abría lentamente para mí. Ella gimió, sus caderas moviéndose en círculos, frotándose contra mi cara.


—Más —susurró, su mano moviéndose más rápido apretando y masturbando mi verga—. Necesito más.


No podía negarle nada. Mis dedos se unieron a mi lengua, presionando contra su entrada, preparándola. Ella gritó, su cuerpo tensándose, pero no me detuvo. Cuando sentí que estaba lista, me levanté rápidamente, mi cabeza gorda y gruesa palpitando con necesidad.


—Daté la vuelta —le ordené, mi voz ronca.


Ella obedeció sin dudar, poniéndose de rodillas sobre el sofá y agarrando fuerte el espaldar, su culo en el aire, listo para mí. No perdí tiempo. Con un movimiento rápido, me posicioné detrás de ella, coloqué la cabeza presionando contra su entrada.


—Estás bien duro? —preguntó, mirando por encima de su hombro, su voz temblorosa pero sus ojos llenos de deseo.


—Más que duro —respondí, empujando lentamente.


Ella gritó cuando entré, sus uñas clavándose en el sofá. Era estrecha, apretada, y cada movimiento era una lucha, pero joder, se sentía increíble. Mis caderas se movieron con urgencia, cada embestida más profunda que la anterior. Ella gemía, sus palabras incoherentes, pero no me pedía que parara.


—Más fuerte gritó, toma mi culo que es solo para ti —y yo obedecí, mis caderas golpeando contra su culo con fuerza.

 

El sofá crujía bajo nosotros, el sonido de nuestros cuerpos chocando llenando el local. No había nada suave en esto, nada lento. Era puro, crudo, y deliciosamente perfecto. Sentí cómo su cuerpo se tensaba alrededor de mí, sus gemidos volviéndose más altos, más desesperados.


—Voy a.… voy a... —susurró, pero no terminó la frase. El chorro de líquido tibio salió disparado hasta chocar con el sofá y luego resbalar hasta el piso. Se había orinado de excitación


No espere más yo tampoco. Sentí cómo su cuerpo se estremecía, su orgasmo seguía recorriendo su cuerpo en oleadas, dos, tres, cuatro seguidos. Eso fue suficiente para mí. Con un gruñido, me dejé ir, mi semen llenándola mientras mis caderas se movían en espasmos.


Nos quedamos así por un momento, jadeando, nuestros cuerpos cubiertos de sudor. Cuando finalmente me retiré, ella se dio la vuelta, su rostro sonrojado, su pelo despeinado.


—Dios mío —susurró, sus ojos brillantes—. Eso fue... ya se porque me rasca el culo cada vez que pienso en ti


—No hay palabras —respondí, sonriendo mientras me acomodaba la ropa.


Ella se rio, pero el sonido se cortó cuando intentó levantarse. Se detuvo, su rostro contrayéndose en una mueca de dolor.


—¿Estás bien? —pregunté, preocupado.


—Mi culo... —murmuró, su voz temblorosa—. Duele como el infierno.


Me reí, aunque intenté contenerlo.


—Te lo advertí —dije, ayudándola a levantarse—. Tres días, Doña Beatriz. Tres días de recordatorio.


Ella me miró, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y diversión.


—Vale la pena —respondió, ajustándose la falda—. Pero la próxima vez, tal vez con un poco más de tiempo.


—La próxima vez —asentí, sabiendo que volvería pronto y más seguido.


Ella salió del local con pasos lentos, su falda ondeando alrededor de sus piernas, dejando atrás el aroma de nuestro encuentro. Yo me quedé allí, sonriendo, y frotando mi verga por encima del pantalón, agradecido.

Publica tu Experiencia

🍒 Pregunta Cereza

Cuando estás en la intimidad, ¿qué tipo de experiencias te causa más excitación o conexión? ¡Cuéntanos tu opinión!

Nuestros Productos

Vestido

MAPALE $ 149,500

Vestido

MAPALE $ 121,500

Vestido

MAPALE $ 126,000