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Parte anterior Relatos y Experiencias - Después del partido VI
—Va, le entro —dijo Diego, con una sonrisa tentativa—. Pero, la neta, quiero que sea cabrón. Algo pa’ que no haya dudas de que estamos juntos en esto.
Iván sonrió, con esa chispa pícara de siempre.
—Puta, Diego, ahora sí hablas mi idioma —dijo, y se puso de pie, acercándose al grupo—. Reto final, cabrones. Un juego de roles, como en una peli porno. Cada quien elige una fantasía, y la hacemos realidad, aquí, todos juntos. Sin límites, puro desmadre. Pero esta vez, vamos con todo: oral, anal, lo que sea. ¿Jalan?
El grupo se miró, con risas nerviosas pero encendidas. Mauricio silbó.
—No mames, Iván, quieres que esto sea antro swinger —bromeó, pero asintió—. Va, yo le entro.
Rodrigo, más seguro que nunca, levantó la mano.
—Puta, yo también. Pero que sea chido, ¿eh?
Alan rió, dando el visto bueno.
—Órale, pero que sea épico. Diego, tú empiezas. ¿Qué fantasía traes?
Diego, con el corazón a mil, miró a Iván y luego al grupo.
—Ok, la neta... quiero que sea como en el vestidor, pero más cabrón. Tipo, que todos me den, y yo les dé. Como si fuera el centro del desmadre.
Iván silbó, acercándose a Diego, rozándole el brazo.
—Pinche Diego, te soltaste —dijo, y la sala se llenó de una energía eléctrica.
La ropa voló al suelo, los bóxers amontonados como en los viejos tiempos. Se acomodaron en un círculo en la sala, con Diego en el centro, arrodillado, su cuerpo temblando de anticipación. Iván fue el primero, desnudo, su miembro grueso y venoso ya duro, el glande brillando bajo la luz tenue. Se acercó a Diego, quien lo tomó con la boca, saboreando la piel salada, mientras Mauricio, a su lado, le rozaba el culo con un dedo lubricado, preparándolo.
—No mames, Diego, estás a full —dijo Mauricio, riendo, mientras aplicaba lubricante y empujaba con cuidado, su pene largo y curvo deslizándose dentro de Diego.
La sensación fue abrumadora: el calor apretado del ano de Diego envolviendo a Mauricio, el glande de Iván en su boca, la fricción de Alan tocándole el miembro desde atrás. Diego gemía, perdido en el torbellino de placer, su propio pene duro rozando la mano de Rodrigo, que se había unido, chupándole el cuello. Iván, con un gruñido, se retiró de la boca de Diego y tomó su lugar detrás, aplicando un condón y lubricante antes de entrar, su miembro grueso estirando a Diego con una intensidad que lo hizo jadear.
—No mames, Iván, es... cabrón —dijo Diego, entre risas y gemidos, sintiendo cada centímetro de Iván, el glande rozando puntos que lo hacían temblar.
Iván, jadeando, rió.
—Puta, güey, estás perfecto —dijo, moviéndose con ritmo.
El círculo era un caos de cuerpos, risas y suspiros. Mauricio se inclinó sobre Alan, penetrándolo mientras Rodrigo chupaba a Mauricio, todos conectados en un desmadre que era más que sexo: era una reafirmación de su vínculo. Diego, en el centro, sentía cada sensación: el calor de Iván dentro, la mano de Alan en su pene, la boca de Rodrigo en su pecho. Los orgasmos llegaron en oleadas, con Diego primero, seguido por Iván, Mauricio, Alan y Rodrigo, la sala llena de gruñidos, risas y aplausos.
—Puta, Diego, bienvenido de vuelta —dijo, guiñando un ojo.
La habitación de huéspedes de Iván seguía envuelta en una penumbra cálida, con la lámpara apenas iluminando la cama donde Diego e Iván estaban tirados, jadeando y riendo después de su oral mutuo. El aire olía a sudor, cerveza olvidada y esa energía cruda que los había llevado de un vestidor a este momento. Los dos, aún en bóxers, se miraban con una mezcla de complicidad y nervios, como si supieran que la plática sobre si eran gays o no los había empujado a un terreno nuevo, más intenso.
Diego, recostado contra la cabecera, rompió el silencio con una risa tímida.
—Chale, Iván, cada vez que estoy contigo, esto se pone más cabrón —dijo, rascándose la nuca—. Primero el vestidor, luego lo de la sala, ahora esto... ¿Qué sigue, güey? ¿Nos vamos a casar o qué?
Iván, sentado con las piernas cruzadas, soltó una carcajada, dándole un empujón amistoso.
—Puta, Diego, no mames, nomás nos estamos divirtiendo —bromeó, pero su mirada tenía un brillo diferente, más serio—. La neta, me prendió un chingo lo de ahorita. El oral, el toque en tu culo... no sé, siento que podemos ir más lejos. ¿Tú qué dices? ¿Te animas a algo más heavy?
Diego alzó una ceja, riendo, pero notó que su corazón latía más rápido. La idea de “más lejos” lo ponía nervioso, pero también lo intrigaba, como todo lo que había pasado con Iván.
—Pinche enfermo, siempre subiendo la apuesta —dijo, pero se acercó un poco, sentándose más cerca—. Ok, pero... ¿qué tienes en mente? Porque, la neta, ya me hiciste chuparte y tocarte el culo, no sé qué más quieres —bromeó, aunque su tono dejaba claro que estaba abierto.
Iván sonrió, con esa confianza que desarmaba cualquier tensión.
—Órale, güey, te la pongo fácil —dijo, bajando la voz como si fuera un secreto—. ¿Y si probamos... no sé, meterla? Pero tranqui, con calma, puro consentimiento. Si no te late, paramos, sin pedos.
Diego se quedó callado un segundo, procesando. La idea lo golpeó como una ola: miedo, curiosidad, excitación, todo mezclado. Se rió, tapándose la cara.
—No mames, Iván, ¿neta? —dijo, pero no se apartó—. O sea, ¿quién a quién? Porque, la neta, eso suena... cabrón.
Iván se encogió de hombros, relajado.
—Pus los dos, si quieres. Uno empieza, luego cambiamos. Pero todo chido, güey, nomás pa’ ver qué se siente. Yo traigo lubricante en el cajón, y... bueno, condones también, por si las dudas —dijo, guiñando un ojo.
Diego rió, todavía nervioso, pero la sinceridad de Iván lo tranquilizaba. La confianza que habían construido en el vestidor, en la sala, estaba ahí, sólida como siempre.
—Chingue su madre, eres un pinche preparado —bromeó Diego, pero asintió—. Ok, va. Pero con calma, ¿eh? Y si me arrepiento, te paro en seco.
Iván levantó las manos, sonriendo.
—Trato hecho, cuate. Tú mandas —dijo, y se inclinó para besar a Diego en el cuello, un gesto suave pero que encendió el ambiente al instante.
Diego, sorprendido pero dejándose llevar, respondió inclinándose hacia Iván, sus manos rozando los muslos del otro. Los bóxers volvieron a caer al suelo, y los dos se quedaron desnudos, sus cuerpos ya familiarizados pero ahora en un terreno nuevo. Diego miró el miembro de Iván: grueso, venoso, con la piel tirante por la erección, el glande brillando ligeramente bajo la luz tenue. Su propio pene, algo más largo pero menos ancho, estaba igual de duro, con una curva suave hacia arriba que lo hacía destacar.
Iván, notando la mirada, rió.
—Pinche Diego, ya te enamoraste —bromeó, y se estiró para sacar un condón y un frasco de lubricante del cajón del escritorio.
Diego, rojo pero riendo, le dio un empujón.
—Cállate, pendejo, nomás estoy midiendo el terreno —dijo, pero su voz temblaba un poco de nervios.
Iván se puso el condón con calma, aplicando lubricante en su miembro, que ahora brillaba bajo la luz. Diego lo observó, sintiendo una mezcla de anticipación y ansiedad. Iván le pasó el frasco, y Diego hizo lo mismo, preparándose mientras Iván lo guiaba con una sonrisa.
—Ok, güey, tú primero, pa’ que te sientas en control —dijo Iván, recostándose boca arriba, levantando las piernas ligeramente para darle acceso a Diego—. Pero suave, ¿eh? No soy de cristal, pero tampoco soy pro.
Diego rió, nervioso, pero se acercó, arrodillándose entre las piernas de Iván. Tocó los muslos de Iván, fuertes y cálidos, y luego rozó su culo, notando la piel suave y el calor que emanaba. Con un dedo lubricado, exploró el ano de Iván, moviéndose despacio, sintiendo cómo se
tensaba y luego se relajaba bajo su toque.
—No mames, Iván, esto es... raro —dijo, riendo, pero su erección decía lo contrario.
Iván, con un suspiro, rió también.
—Puta, güey, está chido. Sigue, nomás despacio —dijo, relajándose más.
Diego, más confiado, alineó su miembro con el ano de Iván, empujando con cuidado. La sensación fue inmediata: el calor apretado, casi abrumador, envolvió la punta de su pene, haciendo que soltara un gemido bajo. El glande, sensible y lubricado, se deslizó lentamente, mientras el cuerpo de Iván se ajustaba, apretándolo con una presión que era nueva y electrizante. Diego sintió cada centímetro de su pene entrando, la fricción suave pero intensa, el calor creciendo a medida que avanzaba.
—No mames, Iván, esto es... cabrón —dijo, con la voz entrecortada, deteniéndose para no ir demasiado rápido.
Iván, con la respiración acelerada, rió entre suspiros.
—Puta, güey, está intenso —dijo, ajustándose—. Pero chido. Dale, pero tranqui.
Diego empezó a moverse, con empujes lentos, sintiendo cómo el ano de Iván lo apretaba, cada movimiento enviando oleadas de placer por su pene, desde la base hasta el glande. La piel de su miembro, tirante y lubricada, se deslizaba con un ritmo que lo hacía gemir. Iván, por su parte, sentía el estiramiento, una mezcla de presión y placer que lo hacía jadear, el glande de Diego rozando puntos sensibles dentro de él, cada embestida más cómoda que la anterior.
Después de unos minutos, Iván levantó una mano, riendo.
—Ok, güey, mi turno —dijo, con una sonrisa pícara—. No te escapes.
Diego, jadeando y riendo, se retiró con cuidado, sintiendo el frío del aire en su pene aún duro. Cambiaron posiciones, con Diego ahora boca arriba, las piernas levantadas, y un nudo de nervios en el estómago. Iván, con un nuevo condón y más lubricante, se acercó, tocando el culo de Diego con un dedo, explorando el ano con suavidad.
—Relájate, cuate —dijo Iván, con una voz tranquilizadora—. Si no te late, paramos.
Diego asintió, riendo.
—Va, pero despacio, pinche loco —dijo, respirando hondo.
Iván aplicó lubricante, y Diego sintió el frío inicial, seguido por el calor del dedo de Iván, que se movía con cuidado, relajándolo. La sensación era extraña, invasiva pero intrigante, con un cosquilleo que lo hacía tensarse y luego soltarse. Cuando Iván alineó su miembro, Diego sintió la presión del glande, grueso y caliente, empujando contra su ano. La primera entrada fue intensa, un estiramiento que lo hizo gemir, pero el lubricante y la paciencia de Iván hicieron que el dolor inicial se convirtiera en una sensación llena, profunda.
—No mames, Iván, es... mucho —dijo Diego, riendo nervioso, pero su erección seguía firme.
Iván, con un suspiro, rió.
—Puta, güey, estás apretado —dijo, moviéndose despacio, sintiendo cómo el ano de Diego envolvía su pene, la presión cálida y apretada haciéndolo gemir.
Cada embestida de Iván era un torbellino de sensaciones para Diego: el glande de Iván, ancho y firme, rozaba su interior, enviando chispas de placer que lo hacían jadear. Para Iván, la fricción era exquisita, su pene envuelto en un calor que lo llevaba al borde, cada movimiento amplificado por la conexión con Diego. Los dos se movían juntos, encontrando un ritmo entre risas y suspiros, sus cuerpos sudados y entrelazados.
Iván, con una mirada traviesa, rozó el miembro de Diego con una mano, jalándolo al ritmo de sus embestidas.
—Chido, güey. Entonces, ¿seguimos con el desmadre? —dijo.
Diego, al borde, soltó un gruñido, llegando al orgasmo con un espasmo, su semen salpicando su abdomen. Iván, sintiendo la contracción, llegó segundos después, gimiendo mientras se recostaba sobre Diego, riendo.
Los dos se quedaron tirados, jadeando, con risas entrecortadas. Diego, limpiándose con una sábana, dijo:
—Pinche Iván, me dejaste pensando de más —susurró Diego, dándole un codazo mientras se sentaban.
Iván rió, guiñando un ojo.
—Puta, güey, eso es parte del paquete —bromeó, pero sus ojos decían que entendía el torbellino en la cabeza de Diego.
La noche terminó entre risas y más pendejadas, pero Diego no pudo dormir bien. Las imágenes de Iván, de sus manos, de su cuerpo, se mezclaban con recuerdos de su ex, de las chavas que le gustaban, de los retos en el vestidor. Al día siguiente, sábado, anunció que necesitaba “un respiro” y se esfumó del chat grupal, ignorando los mensajes de Mauricio que decían “¿Qué pedo, cabrón? ¿Ya te rajaste?”.
Diego se lanzó a las calles, buscando claridad. Caminó por el centro, terminó en un café donde conoció a Sofía, una chica de ojos oscuros y risa fácil que estudiaba diseño. La química fue instantánea: platicaron de música, de películas, y terminaron en un bar esa noche. Sofía era todo lo que Diego siempre había querido en una chava —segura, directa, con un cuerpo que lo hacía tragar saliva—. Cuando ella lo invitó a su departamento, Diego no lo pensó dos veces.
En la cama de Sofía, Diego se dejó llevar. Su piel era suave, sus curvas cálidas, y el sexo fue intenso: besos hambrientos, sus manos explorando cada rincón de ella, su miembro duro deslizándose dentro con un ritmo que los hacía jadear. Pero en medio del placer, Diego sintió una desconexión. Mientras Sofía gemía bajo él, su mente volaba a Iván —el calor de su ano, la presión de su cuerpo, las risas compartidas—. Los orgamos llegaron, pero dejó un vacío. Sofía, acurrucada a su lado, no notó que Diego miraba el techo, perdido.
—¿Qué pasa, Diego? ¿Todo bien? —preguntó ella, rozándole el brazo.
—Pus sí, todo chido —mintió, forzando una sonrisa.
Pero no estaba chido. Diego pasó una semana evitándolos a todos, respondiendo con monosílabos en el chat, saltándose los entrenamientos. No era solo la pregunta de si era gay, bi o qué chingados. Era el miedo de que el grupo, su refugio, se rompiera si seguía por ese camino. ¿Y si Iván quería más? ¿Y si los demás se rayaban? Pero cada noche, solo en su cuarto, su cuerpo traicionaba su cabeza, recordando el tacto de Iván, el desmadre con los cuates, el “no se lo contamos a nadie”.
El viernes siguiente, Mauricio lo acorraló con un mensaje: “Ya, cabrón, cae en casa de Iván esta noche o te jalamos a güevo”. Diego, con el corazón en la garganta, supo que no podía seguir huyendo. Cuando llegó a la casa de Iván, el aire estaba espeso. Los cinco estaban en la sala, con chelas y el reggaetón de siempre, pero las miradas eran diferentes: una mezcla de enojo, preocupación y algo más, como si todos sintieran el mismo vacío.
—Pinche Diego, ¿qué pedo? —dijo Alan, cruzado de brazos—. Te pierdes una semana, ni contestas. ¿Ya te dio frío o qué?
Diego se rascó la nuca, sentándose en el sillón, evitando la mirada de Iván.
—Chale, no es eso, güey —murmuró—. Nomás... necesitaba pensar. Esto se puso cabrón, ¿no? Lo del vestidor, lo de aquí... no sé, me rayé.
Iván, desde el suelo, lo miró fijo, con una intensidad que cortaba el aire.
—¿Te rayaste por mí? —preguntó, sin rodeos, pero con un tono que no era acusador, solo crudo.
Diego tragó saliva, sintiendo las miradas de todos.
—No es por ti, Iván. Es... todo. Lo que hicimos, lo que sentí. La neta, me metí con una chava esta semana, y estuvo chido, pero... no sé, no paraba de pensar en ustedes, en esto —señaló al grupo, su voz temblando—. ¿Qué pedo? ¿Somos gays? ¿Lo teníamos guardado? ¿O nomás es desmadre?. Creo que ya no quiero este tipo de vida confusa.
El silencio pesó, pero Mauricio rompió la tensión con una risa suave.
—Pinche Diego, te fuiste a la mierda por eso —dijo, pero su tono era cálido—. La neta, yo también me lo he preguntado. Lo de la sala, lo de chuparnos, tocar el culo... me prendió, pero no sé si soy gay. Tal vez nomás nos late el desmadre juntos.
Rodrigo, que había estado callado, asintió.
—Pus sí, güey. Yo siempre fui el mirón, pero la última vez me solté, y... no sé, no me siento diferente. Nomás me gusta estar con ustedes.
Alan, siempre el árbitro, se inclinó hacia adelante. Hagámoslo otra vez
La última vez no comenzó como las otras.
No hubo bromas sucias ni apuestas ridículas para “calentar el ambiente”. Solo estaban ahí, el sudor pegado a la piel y la luz tenue del comedor. El silencio era tan espeso que cualquier palabra parecía un riesgo.
Iván fue el primero en romperlo.
—Esto… no sé si está bien seguirlo haciendo.
Diego no levantó la mirada, girando una botella vacía entre los dedos. Mauricio tragó saliva, como si fuera a decir algo, pero no lo hizo. Rodrigo miraba un cuadro en la pared que probablemente nunca había notado antes. Alan los observó a todos, apoyado contra la mesa.
—Tal vez… —dijo, con voz tranquila— es que no nos damos cuenta de que ya se está acabando.
Esa frase se les clavó hondo. Diego sintió que algo en el pecho se le encogía. Era cierto: repetirlo una vez más no iba a devolverles la emoción de las primeras veces. Pero tampoco podían irse sin un último momento, como quien guarda una última bocanada de aire antes de sumergirse.
El primer contacto fue tímido. Iván se acercó a Diego y le apoyó una mano en la espalda, moviéndola lentamente hacia la cintura. Mauricio se inclinó y le besó el cuello, dejando un rastro húmedo con la lengua. Rodrigo se acercó por detrás de Mauricio, acariciándole el brazo y el costado. Alan, sin prisa, se desabrochó la sudadera y la dejó caer, revelando el pecho húmedo por el partido.
Se desvistieron sin hablar. Las camisetas se pegaron un poco a la piel antes de caer, dejando marcas rojas. Los shorts resbalaron hasta el suelo, y con ellos, la última barrera entre ellos y lo que estaban por hacer. Los cuerpos, distintos pero ya familiares, parecían más presentes que nunca: la piel caliente, el olor a mezcla de sudor y desodorante, el leve temblor de las manos al tocar.
Diego sintió el calor del abdomen de Iván contra su espalda, y un instante después, el roce firme de su erección, que se acomodó contra él mientras lo abrazaba por la cintura.
—Te voy a extrañar —murmuró Iván, y el aliento caliente le erizó la piel.
Diego cerró los ojos y llevó su mano hacia atrás, acariciando la cadera firme de Iván y subiendo hasta sentir el latido acelerado bajo la piel.
Mauricio, agachado frente a él, deslizó la mano por su muslo y se inclinó para besarlo en la boca. Fue un beso lento, húmedo, en el que sus lenguas se encontraron sin urgencia. Rodrigo se acercó y comenzó a recorrer con los dedos el pecho y el abdomen de Mauricio, bajando apenas hasta el inicio del vello púbico. Alan, por detrás, puso las manos sobre los hombros de Rodrigo y lo atrajo hacia sí para besarlo en la nuca, respirando hondo el olor de su sudor.
Iván empezó a moverse detrás de Diego, entrando en él con un ritmo suave pero profundo, mientras lo sujetaba con firmeza por la cadera. Diego apretó los labios para no gemir fuerte, y Mauricio le acariciaba el pecho con una mano mientras con la otra recorría su abdomen, bajando hasta tomarlo y masturbarlo. Rodrigo y Alan, pegados entre sí, se tocaban y se besaban, pero no dejaban de mirar a los otros, como si cada segundo fuera algo que grabar en la memoria.
Los gemidos se mezclaron con respiraciones entrecortadas. No había urgencia, solo el deseo de alargarlo, de no dejar que acabara. Diego sintió cómo el calor le subía desde el abdomen hasta la garganta; Iván le apretó la mano y aceleró apenas el ritmo, mientras Mauricio aumentaba la presión.
Los gemidos empezaban a incrementarse, el orgasmo llegó como un suspiro colectivo: los cuerpos tensos, el pulso desbocado, el calor derramándose y mezclándose en la piel. Iván se inclinó para morderle suavemente el hombro; Mauricio enterró la cara en el cuello de Rodrigo, y Alan cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera detener el tiempo. El sudor brillaba en sus espaldas y el aire estaba impregnado de un olor denso y conocido.
Se vistieron despacio, casi sin mirarse. Las manos temblaban un poco, no de frío, sino de todo lo que no se estaba diciendo. Diego fue el primero en ponerse de pie. Se acercó a cada uno y los abrazó, apretando más de lo habitual. Cuando llegó a Iván, este le susurró al oído:
—No voy a olvidarte.
Diego no contestó. Sabía que, aunque quisiera, no podría.
La puerta se cerró detrás de él. El clic resonó como un punto final. Afuera, la noche estaba fría y callada. Caminó sin mirar atrás, sintiendo que algo muy íntimo quedaba para siempre en ese cuarto.
Sabía que ninguno lo admitiría, pero todos entendieron lo mismo: esa fue la última vez.
Meses después
Diego caminaba por el centro, distraído entre la gente, cuando una voz conocida, a lo lejos, lo hizo detenerse. Giró la cabeza y lo vio: Iván, con una camiseta blanca y un balón bajo el brazo, riendo con otros amigos. La luz de la tarde le caía igual que en los entrenamientos, y por un instante, Diego sintió que el aire le faltaba.
Iván lo notó. Sus miradas se encontraron apenas dos segundos, pero fueron suficientes para que todo volviera: el calor, las manos, las respiraciones, la sensación de pertenecer a algo prohibido y único. Iván sonrió, un gesto breve, casi imperceptible, antes de girar y seguir caminando.
Diego permaneció quieto, mirando cómo se alejaba entre la multitud, con esa certeza fría y dulce a la vez: nada volvería a ser como antes.