Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Hetero: General 140 Vistas
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La tarde se desvanecía lentamente, dejando que el sol se ocultara detrás de las montañas al oeste de la ciudad. El aire fresco del atardecer acariciaba la piel, mientras las risas y las conversaciones se mezclaban con la música suave que emanaba desde el celular apoyado en la manta. El parque era uno de esos refugios donde los días se alargan con facilidad, donde los sonidos de la ciudad parecen atenuarse y todo se vuelve más tranquilo.

Nos conocíamos desde hacía meses, pero nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos fuera de la universidad. Conversamos sobre todo y nada a la vez: anécdotas de clases, historias de los amigos, cosas que nos hacían reír y otras que nos dejaban en silencio por un momento, casi como si ambos estuviéramos mirando algo más allá de las palabras. La cerveza en las manos, fría, se deslizaba hacia nuestras gargantas con la misma suavidad con la que la atmósfera se volvía más densa a medida que el sol se ocultaba. Disfrutaba mucho de ese plan, en especial con ella, una gran amiga que en poco tiempo logro volverse importante para mi. Su alegría e ingenio me robaban las horas y las sonrisas.

“¿Te has planteado alguna vez… qué pasaría si empezáramos a salir?”, me preguntó de repente, su mirada curiosa y llena de una chispa que no supe identificar al principio.

La pregunta cayó en el aire como una semilla que inmediatamente comenzó a germinar. La observé, buscando alguna pista en su rostro, pero solo vi una mezcla de expectación y algo más… algo que no podía precisar.

“¿Salir? ¿De qué forma? ¿A tomar más cervezas?” Respondí, más por salir del momento que por realmente pensarlo, aunque mi corazón ya palpitaba un poco más rápido. A veces no se identificar la ironía y no quería ser victima de una broma.

“Quizás más allá de eso… no sé, algo más personal. No solo salir a tomar algo, sino a ver si realmente podríamos… ser algo más que amigos.” La voz de ella se suavizó al decir las palabras, como si la idea le resultara tan nueva como a mí, pero al mismo tiempo, tentadora. El licor es gasolina para la imaginación, es cierto, pero no sabe uno que carreteras llevan las ideas ebrias.

El silencio entre nosotros se hizo un poco más espeso, como si la pregunta flotara en el aire, tocando algo dentro de ambos que no sabíamos cómo procesar. La noche comenzaba a abrazarnos, las luces de la ciudad a lo lejos se hacían más brillantes mientras la música seguía sonando, creando una atmósfera ideal para dejar que los pensamientos se deslicen hacia algo más íntimo, y en lo intimo, tal vez más real.

“¿Y si nos besamos?”, continuó, su tono se había vuelto aún más suave, casi un susurro, pero con una intensidad que no podía ignorar.

Mis pensamientos se desbordaron. Un beso. Algo tan simple y a la vez tan complicado, tan cargado de significados. La idea me rondaba en la cabeza, se repetía como un eco. No podía dejar de imaginar qué sentiría si nuestros labios se encontraran por primera vez, qué pasaría si ese simple gesto nos llevara a algo más. Besarla no era una idea nueva, pero siempre fue una idea fugaz de aquellos días donde sus labios estaban pintados de rosa y recitaba las anécdotas mas graciosas del mundo. Algo platónico tal vez? algo inevitable ante la gracia natural de su ser. Pero ese día la idea no me era tan inocente.

“No sé… podría ser extraño”, respondí, aunque mi voz estaba teñida de incertidumbre, no de rechazo. Una duda boba que buscaba la salvación del recato.

“¿Y si no lo fuera?”, preguntó ella, con una sonrisa traviesa, como si de repente hubiera comprendido lo que se ocultaba en el silencio entre nosotros.

Mis ojos no podían dejar de recorrer su rostro, buscando alguna señal de que todo eso fuera solo una broma, pero sus ojos reflejaban algo genuino, algo que me invitaba a explorar lo que no habíamos dicho. Lo que ambos sentíamos sin atrevernos a nombrarlo.

La música cambió a una canción más suave, más envolvente, y sin pensarlo mucho, me incliné hacia ella. La distancia entre nosotros se redujo, y fue como si el tiempo se ralentizara. Vi sus labios por un segundo, su respiración tan cercana a la mía, y entonces, finalmente, se dio el paso: nuestros labios se tocaron. Fue un beso suave al principio, casi tímido, pero lleno de esa promesa no dicha de algo más.

Era un beso tranquilo, que comenzaba a encender algo dentro de mí, algo que no podía describir con palabras. Pero mientras nuestras manos se buscaban en la oscuridad, la conexión se hacía más profunda, y cada toque se volvía más lleno de significado. Las caricias se fueron haciendo más decididas, más exploratorias, pero sin perder la suavidad que el momento requería.

El beso se intensificó poco a poco, y con él, mi cuerpo comenzó a responder con más urgencia. Sentí cómo sus manos recorrían mis brazos, cómo ella también comenzaba a adentrarse en ese juego silencioso de acercarse más, de no querer separarse. La química entre nosotros era evidente, palpable en el aire, y a medida que la noche caía, el deseo comenzaba a hacerse más claro, pero con una calma que lo hacía aún más tentador.

De repente, me di cuenta de que no solo mis labios se deseaban cerca de ella. Mis manos, que hasta entonces habían permanecido tranquilas, comenzaron a moverse con más decisión. Busqué sus hombros, recorrí su espalda, y sin pensarlo demasiado, me acerqué más, dejando que nuestras respiraciones se entrelazaran en una danza silenciosa. La suavidad de su camiseta, la textura de su piel, la forma en que sus movimientos se sincronizaban con los míos, todo se volvía una mezcla perfecta de sensaciones que se fundían en un solo impulso.

No había prisa, ni presión. El momento se desenvolvía con una lentitud que solo aumentaba el deseo. La calidez de su cuerpo cerca del mío, el roce de su piel bajo la tela, todo se sentía como un susurro que pedía más sin decirlo. Un simple roce, una caricia más profunda, un gesto que no se hacía con palabras, sino con el cuerpo, el alma… con todo lo que ambos sentíamos sin necesidad de explicarlo.

La noche continuaba, con su frescura envolviendo la escena, pero nosotros ya no éramos los mismos. Habíamos cruzado una línea, una invisible, pero clara, que ya no tenía vuelta atrás. El deseo no solo se había insinuado, sino que se había hecho presente, vibrante, lleno de promesas sin palabras, solo gestos, suspiros y miradas cómplices.

Tras un largo beso, se alejo de mi, se quedo mirándome y su expresión cambio. Era claro que la desinhibición abrió paso a mas ideas, retomo el beso pero esta vez mas intenso, mas carnal, y sus manos lo reafirmaron, pues pasaron de mis brazos a mi abdomen y de ahí a mi entre pierna. Mi cuerpo reacciono, yo ya no me preocupaba, estaba embebido en un beso maravilloso y ahora el roce de sus manos generaban aquella erección que solo demuestra que el beso es todo lo que debe ser. Fui reciproco, y mis manos pasaron a explorar bajo su camiseta, a tocar un sostén frio que escondía unos senos pequeños pero delicados. Senos que reaccionaron al calor de mis manos, mas cuando mis dedos apretaron sus pezones... ya habíamos dejado el romance atrás, estábamos explorando como darnos placer en medio de una cercanía inesperada, en el lugar menos planeado. Mi verga seguía dura y ella la apretaba sobre el pantalón, ya no con deseo, apareció la rudeza. Con torpeza, con sus ojos cerrados y su lengua en mi boca, me abrió el pantalón y saco un verga palpitante, palpitante por ella, por la que hasta hace unos minutos era una amiga, ahora con intenciones mas carnales. Debía seguir el juego y mis manos apretaron sus senos solo para escucharla gemir, y con un movimiento rápido de loa brazos, levante su camiseta y corri las copas del brassiere para que el frio bogotano acariciara tan delicadas tetas. Con mi verga en su mano se alejó y sorprendida solo dijo "Me da frio, bobo", así que dirigí mi boca a sus tetas para protegerlas con mi lengua, con la saliva de un loco que ya no sabia contenerse. Este impulso casi la hace caer de espaldas, pero estaba bien afianzada a mi verga, la que ella masturbaba con suavidad y con la curiosidad de ver y sentir como lubricaba de a poco. En la incomodidad del parque, la charla de nos daba alegría y tranquilidad, que nos hacia reír y soñar, ahora era una torpe sesión de exploración entre dos curiosos arrechos. Yo seguía besando sus tetas, lamia y chupaba, mordía un poquito lo mas suave posible, sus gemidos me encantaban y ella lo sentía, lo sentía en sus manos, con su índice acariciaba la cabeza de mi pene y luego apretaba durísimo el tronco, acariciaba las huevas para después seguir masturbandome. Admito que quería venirme, venirme en sus manos, chorrearla, pero sentir como direccionaba m calentura, y el tener esas tetas bellas a mi disposición calmaban el anhelo. ¿Qué seguía? ¿Qué hacemos? esas preguntas surgían cuando cruzábamos miradas, pero los cuerpos tenían su propio guion, pasa que hay que leer los contextos y pronto el ruido de los autos y el frio de la noche nos alertaron del riesgo creado.

En un salto se reincorporo y se arreglo la camiseta y el sostén, yo como pude me arregle el pantalón y trate de ponerme en pie, recogimos nuestras cosas y me tomó de la mano "Creo que es hora de que me lleves a mi casa, no son horas para estar en la calle". Caminamos agarrados de la mano hasta el paradero del bus, en un silencio dudoso, no sé si incomodo, pero inesperado... llego su bus, me dio un beso en la mejilla "te llamo cuando llegue, creo que tenemos mucho que hablar" y desapareció en el trafico bogotano. Me dispuse a buscar mi transporte, aun confundido y emocionado cuando detrás mío escuche "Me da frio, bobo" y una risa burlona...

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