En el rincón más oculto de tu cuerpo, allí donde el misterio se anida, crece un bosque que guarda secretos, un jardín que florece con la suavidad de la luna. El vello de tu pubis, como un delicado bosque de sombras, es el refugio sagrado que me llama a perderme, a perder la razón, a hundirme en su espesura con una devoción que no entiende de tiempo ni de fronteras. Cada hilo de tu vello es un suspiro, un eco lejano de lo profundo, un recordatorio de que todo lo que existe en ti es un canto silente, un himno a lo que no se puede tocar con palabras.

Tus rizos, suaves y secretos, son como la raíz que se aferra a la tierra, como la hierba que crece en lo más profundo de tu ser, oculto y palpable, abrazado por el calor de tu piel. Y en su espesura, yo me pierdo, como el viento que se enreda en las ramas, buscando el aroma de lo que no se puede ver, pero se sabe, se siente, se necesita.

Es en ese vello donde se detiene el tiempo, donde mi lengua se convierte en la brújula que, sin querer, explora, recorre, desciende hacia lo que es tuyo, lo que guarda la esencia de tu mujer, de tu cuerpo hecho poesía. Y cada vello, como un susurro de la naturaleza, me llama a acercarme, a perderme en la suavidad de su textura, en la caricia de sus formas, en el bosque que se abre ante mí, invitándome a habitarlo sin reservas, sin límites.

Tu pubis, con su vello que dibuja un paisaje invisible, me habla de lo salvaje, de lo natural, de lo que no puede ser domesticado. Es un lugar donde la pasión se esconde, donde el deseo se crece, y yo, como un amante errante, me entrego a la búsqueda, a la exploración de esa jungla secreta que es solo tuya. Y al encontrarme allí, en su centro, bajo la caricia de tu piel, descubro que no hay mayor placer que el de perderme en tu cuerpo, que no hay mayor poesía que la que se oculta en el vello de tu pubis, en su misterio, en su quietud hecha fuego.