Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Sexo con maduras 778 Vistas
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El aroma a café recién hecho inundaba el pequeño local, mezclándose con el murmullo de conversaciones ajenas. Me senté en una esquina, observando la puerta con disimulo mientras ajustaba la manga de mi camisa. A mis cincuenta y siete años, aún me sorprendía la facilidad con la que me dejaba llevar por esta clase de encuentros. Separado desde hacía cuatro años, con una pareja estable, pero siempre con esa pulsión que me arrastraba hacia mujeres mayores, una atracción que me perseguía desde la juventud. No era algo que pudiera explicar, simplemente sucedía. Y allí estaba, esperando a Olga Lucía, una mujer de sesenta y dos años a la que había conocido en Guía. Su perfil me había llamado la atención: alta para mi estatura (yo, 1.67, ella 170 decía el perfil) de amplias nalgas y buen trasero, con unas tetas firmes que desafían el paso del tiempo, según las fotos. Y esa sonrisa pícara que prometía más de lo que mostraba.


La puerta se abrió, y allí estaba ella, con un vestido suelto que resaltaba sus curvas y cabello corto que le daba un aire jovial. Sus ojos, sin embargo, delataban la experiencia de los años. Me sonrió con complicidad mientras se acercaba, y yo le devolví la sonrisa, sintiendo cómo mi corazón aceleraba el ritmo.


—Gustavo, ¿verdad? —su voz era ronca, con un dejo de nerviosismo que me resultó encantador.


—Sí, y tú debes ser Olga Lucía —respondí, poniéndome de pie para saludarla con un beso en la mejilla. Su perfume, dulce y penetrante, me envolvió por un instante.


Nos sentamos, y la conversación fluyó con naturalidad. Hablamos de todo un poco: del clima, de la ciudad, de sus gustos y los míos. Pero fue cuando mencionó que hacía tiempo no disfrutaba de algo "realmente rico" que su mirada se fijó en mi entrepierna. Sentí cómo mi verga se tensaba bajo los pantalones, respondiendo a su insinuación. Le devolví la mirada con una sonrisa cómplice, y en ese momento supe que no íbamos a quedarnos en el café por mucho más tiempo.


—Creo que deberíamos buscar un lugar más privado —murmuró, jugueteando con el borde de su taza.


No hizo falta más. Pagamos la cuenta y salimos a la calle, dirigiéndonos a un hotel discreto que conocía cerca de allí. El silencio entre nosotros era cómodo, cargado de expectativa. Podía sentir su presencia a mi lado, su energía vibrante, como si cada paso nos acercara más al inevitable desenlace.


La habitación del hotel era pequeña pero acogedora, con una cama grande que dominaba el espacio. Apenas cerré la puerta, Olga Lucía se giró hacia mí, sus ojos brillando con una intensidad que me sorprendió. Sin mediar palabra, se acercó y me besó, un beso profundo y hambriento que me hizo olvidar todo lo demás. Sus labios eran suaves, pero su lengua era exigente, explorando mi boca con una urgencia que me calentó al instante.


La abracé con fuerza, sintiendo sus tetas firmes contra mi pecho, su cuerpo pegado al mío. Mis manos bajaron por su espalda, apretando sus nalgas a través del vestido, mientras ella se frotaba contra mí, como si no pudiera esperar más. Con un movimiento rápido, la levanté y la llevé hasta la cama, donde cayó con un gemido ahogado.


—Quítame esto —susurró, tirando de la cintura de su vestido.


No me lo repetí dos veces. Con manos temblorosas, deslicé la falda mientras ella se quitaba la blusa, revelando un cuerpo que desafiaba los años. Su piel era suave y pálida, con unas curvas que me pedían a gritos que las explorara. Su sostén negro resaltaba sus tetas, y su tanga a juego apenas cubría su sexo, que ya estaba húmedo y brillante.


Me arrodillé frente a ella, besando su cuello, sus hombros, bajando lentamente hacia sus pechos. Lamí y chupé sus pezones, sintiéndolos endurecerse bajo mi lengua, mientras ella gemía y se retorcía, agarrando mi cabello con fuerza.


—Más abajo —jadeó, guiando mi cabeza hacia su entrepierna.


No me hice de rogar. Deslicé su tanga a un lado y me encontré con su sexo, hinchado y rojo, goteando de deseo. Lo olí, sintiendo su aroma femenino y excitante, antes de sumergirme en él con la lengua. Lamí y chupé con avidez, sintiendo cómo sus músculos se tensaban y aflojaban bajo mi boca.


—Oh, mierda... sí... así... —gimió, arqueando la espalda.


Sus manos se aferraron a las sábanas mientras yo seguía trabajando con la lengua, explorando cada pliegue, cada rincón de su sexo. Metí un dedo en su raja, sintiéndolo caliente y estrecho, y luego otro, moviéndolos dentro y fuera mientras seguía lamiendo su clítoris.


—Voy a correrme... —advirtió, su voz quebrada por el placer.


Y lo hizo, con un grito ahogado que resonó en la habitación. Su cuerpo se tensó, sus músculos se contrajeron, y sentí cómo su raja se apretaba alrededor de mis dedos, empapándome con su flujo. La miré mientras se retorcía en la cama, su rostro enrojecido, su cabello revuelto, y supe que había sido solo el principio.


Cuando su orgasmo remitió, se sentó incorporándose, respirando entrecortadamente. Me miró con ojos brillantes y una sonrisa pícara.


—Ahora es tu turno —dijo, acercándose a mí.


Con manos expertas, desabotonó mi camisa y la arrojó al suelo, luego desabrochó mi cinturón y bajó mi pantalón y boxers de una sola vez, liberando mi pene, que ya estaba erecta y palpitante. La agarró con firmeza, masajeándola con un ritmo constante que me hizo gemir de placer.


—Ufffff que rico, Olga Lucía... —murmuré, sintiendo cómo mi pene latía en su mano.


Me empujó hacia atrás en la cama y se arrodilló entre mis piernas, mirándome con una intensidad que me calentó aún más. Luego, sin previo aviso, se inclinó y tomó mi verga en su boca, engulléndola hasta la raíz.


—Mierda... —gemí, agarrando las sábanas con fuerza.


Su boca era caliente y húmeda, su lengua juguetona y experta. Me chupó y lamió con una habilidad que me hizo perder el control, moviendo la cabeza arriba y abajo con un ritmo constante que me llevó al borde del abismo.


—Voy a... —empecé a advertir, pero fue demasiado tarde.


Me corrí en su boca, sintiendo cómo mi semen estallaba en su lengua, caliente y espeso. Ella lo tragó todo, sin perder el ritmo, hasta que la última gota salió de mí. Luego se sentó a mi lado, con una sonrisa satisfecha, mientras yo intentaba recuperar el aliento.


—¿Y ahora qué? —pregunté, mirándola a los ojos.


Ella se encogió de hombros, con una expresión que no pude descifrar.


—¿Quieres parar o quieres que sigamos disfrutando? —respondió, besándome suavemente en los labios—. Para mí solo fue el inicio. O tal vez... tu no quieras más.


La abracé con fuerza, sintiendo su cuerpo cálido y sudoroso contra el mío, mientras el eco de sus palabras resonaba en mi mente. El futuro era incierto, pero en ese momento, con Olga Lucía a mi lado, no podía quedarme solo en ganas.

La recosté en la cama, buque su vagina húmeda y abierta ahora, le metí los dedos profundamente en su raja rosada, la oí murmurar: «¡Oh, Gustavo, ¡quiero que me la metas!». Se tendió en la cama frente a mí, con su gran culo hacia mí. Me levanté y dejé que mi verga se deslizara entre sus suaves nalgas hasta su coño empapado. Esto era lo que había estado esperando, qué sensación tan maravillosa penetrar inmediatamente tan profundamente en esa cueva arrecha.


Inmediatamente empecé a metérsela muy fuerte y ella gritó de placer. Empecé a meterle la verga con fuerza y ​​hasta el fondo de la vagina. La forma en que el culi, solo se puede hacer con una mujer mayor. Inmediatamente tan fuerte y brutal, como si quisieras metérsela hasta dejarla hecha pedazos. Pero créeme, ¡a casi todas las abuelas cachondas les encanta! ¿De verdad una raja tan madura lo aguanta?


Le di así un rato y le di fuertes palmadas en las nalgas. Ya me había dicho por correo electrónico que le gustaba muchísimo. Con cada palmada, sus nalgas se ponían aún más rojas y gemía aún más fuerte. Le gustaba mucho la dureza, se notaba. Hasta que se le cansaron las piernas y abrió las piernas para que pudiera volver a llenarla de mi miembro duro y erecto todavía.


"Oh, Gustavo, ¿sabes qué me pone más arrecha?", me preguntó. Sin esperar mi respuesta, añadió: "Que me la metan analmente ". Bueno, qué puedo decir, la verdad es que no necesito que me convenzan. Porque a mí también me gusta mucho el sexo anal, sobre todo cuando me follo a una mujer arrecha como esa. No dije nada, pero dejé que mis dedos se deslizaran por su clítoris mojado, absorbiendo toda su humedad posible y luego le metí dos dedos resbaladizos en el culo, mientras volvía a meterle la verga en la raja. La follé así un rato hasta sentir su ano dilatando con entusiasmo y se abrió cada vez más. Así que saqué mis dedos de su culo y dejé que mi miembro erecto y húmedo se deslizara dentro de su ano.


Inmediatamente empezó a gemir fuerte, más fuerte con cada embestida. Me grito que le diera más profundo y fuerte, así que rápidamente aumenté el ritmo de mis embestidas. Pronto me hundí profundamente en su culo a un ritmo furioso y jadeante, pues era mucho más estrecho que su raja, pero se tragaba la verga entera sin esfuerzo con cada embestida. Fue increíblemente excitante, deliciosamente sucio tomarla analmente con tanta fuerza. Y lo mejor fue que ni siquiera noté un rastro de mi propio orgasmo. Sentí que podría y queria continuar durante horas.


Despertamos unas horas después, abrazados uno al otro, pero felices de aquel encuentro… así no hubieran más, era suficiente…  

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🍒 Pregunta Cereza

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