En este relato, narraré cómo mi esposa Karen y yo iniciamos una aventura de intensa pasión y complicidad.
Mi nombre es Rolan. Cuando nuestra aventura comenzó, yo tenía 33 años y mi esposa Karen, 31.
Llevábamos aproximadamente ocho años de casados y a ambos nos encantaba el sexo; lo disfrutábamos al máximo. Solo que Karen siempre había sido un poco celosa, por lo que nunca me imaginé lo que estaba por suceder.
En aquel entonces, teníamos una pareja amiga de casi nuestra misma edad, a quienes llamaremos Carlos y Jenny. Siempre compartíamos fiestas, ya fuera con amigos en común o en nuestra casa. La relación con ellos creció mucho, pero con el paso de los años, por trabajo y obligaciones, nos distanciamos.
Pasado un tiempo, Jenny contactó a Karen porque se estaba separando de Carlos. Mi esposa la apoyó mucho en la ruptura e incluso, un año después de la separación, comenzaron a salir para ayudar a Jenny a olvidar a su ex. Como era costumbre, yo era su conductor designado; por lo general, las dejaba y luego pasaba por ellas. Pero en una ocasión, me tocó quedarme porque el bar donde estaban se encontraba lejos de la ciudad. Yo no bebí nada, pero ellas sí comenzaron a divertirse, y con el calor de los tragos, surgió el tema del sexo.
Jenny confesó que desde la separación no había estado con nadie y mi esposa y yo comenzamos a decirle que tenía derecho a seguir con su vida y cosas por el estilo. La plática se puso muy candente y, al final, nos fuimos a nuestra casa a seguir allí. En ese momento, yo sí comencé a beber.
Continuamos con los temas de sexo, en los cuales salió a colación el tema de los tríos y los besos de a tres. Bajo el influjo del alcohol, mi esposa Karen propuso un beso de tres. Jenny, aunque había bebido, se negó.
Seguimos la velada y toda la conversación giró en torno al sexo, hasta el punto en que la actitud de mi esposa Karen me resultó desconocida y, a la vez, me asustó. Pensaba que era una trampa para ver si yo caía en ella. Pero igual seguimos bebiendo hasta que en la conversación salió el tema de que a Jenny le gustaría ver sexo en vivo, pero no participar.
Mi esposa Karen fue la primera en aceptar. Nos fuimos a la habitación. Mi nivel de excitación era tal que, incluso antes de entrar, mi pene estaba duro.
Comenzamos a darnos besos apasionados con mi esposa, frente a Jenny. Karen, como toda una profesional, bajó mi jeans, sacó mi pene y comenzó a masturbarme mientras miraba a Jenny como invitándola, pero Jenny se mantenía al margen.
En eso, Karen se acercó a Jenny y le besó el cuello. Yo hice lo mismo. Parecía que todo estaba planeado. Jenny decía que no podía, que tenía miedo de perder la amistad. Pero Karen le dijo que solo disfrutara. Karen tomó la mano de Jenny, se la puso en mi pene y le dijo que lo probara.
En un momento, tenía a las dos frente a mí haciéndome una mamada doble. Sinceramente, fue una de las mejores cosas que me han pasado.






