Guía Cereza

El deseo prohibido: entre las ex, las amigas y el morbo que no se apaga

Publicado hace 4 días Categoría: Fantasías 120 Vistas
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No sé si es que a uno lo crían torcido o si el deseo tiene sus mañas, pero hay un tipo de atracción que siempre me ha parecido la más intensa, la más jodida y, por lo mismo, la más difícil de resistir: esa que se enciende por la ex de un amigo… o por su amiga más cercana. Y no voy a venir aquí a hacerme el santo. No. Esto que escribo lo hago desde la honestidad del que ha estado ahí, mordiéndose los labios y preguntándose si está a punto de cruzar una línea o de vivir una de las experiencias más excitantes de su vida.

Todo empieza con una mirada inocente. Digamos que ella llega a la reunión del parche, se sienta al lado, pide una cerveza. Era la novia del parcero hace un tiempo, o tal vez la mejor amiga de toda la vida. Y uno, en teoría, no debería pensar nada. Pero hay algo en la forma en que cruza las piernas, en cómo se le escapa la risa cuando habla, en el roce accidental del brazo cuando pasa al baño, que enciende una llama difícil de apagar. No es que uno lo planee… es que el cuerpo reacciona primero.

Y ahí arranca el juego mental: ¿Por qué me atrae tanto? Quizás porque hay algo de prohibido en el asunto. Tal vez porque en el fondo todos tenemos ese lado retorcido que se prende con lo que no deberíamos tocar. Y más en nuestro ambiente latino, donde la moral y la pasión siempre andan bailando pegadito. A uno le dicen “eso no se hace” y automáticamente el deseo se vuelve más fuerte. Es como si el “no” fuera el condimento secreto del “sí”.

También hay que aceptar que hay un poquito de ego en el asunto. No se trata solo de deseo carnal. Hay un morbo silencioso en saber que esa mujer (la que estuvo en brazos de tu amigo) ahora te desea a ti. Que los besos que eran de otro, ahora podrían ser tuyos. Que en su cabeza tal vez todavía ronda su historia con él… y aun así se muerde el labio cuando te mira. Es un juego de poder, una especie de revancha silenciosa contra nadie y contra todos.

Y ni hablar de cuando es la amiga. Esa con la que uno ha compartido fiestas, borracheras, conversaciones hasta la madrugada. Uno la ve como “del grupo” hasta que un día, sin aviso, se presenta distinta: el vestido más corto, la mirada más lenta, la risa con un dejo de picardía. Y entonces la mente se llena de imágenes que no debería tener: la imagina cerca, respirando pegadito al oído, diciendo tu nombre con voz baja. Y uno se sorprende deseándola con más intensidad de la que había sentido en mucho tiempo.

En el fondo, ese deseo tiene mucho de confirmación también. Confirmar que uno aún puede provocar, aún puede ser deseado. Que hay química, que hay magnetismo. Que no es solo el recuerdo de lo que fue o la cercanía forzada por el contexto, sino una atracción real, cruda, que late sin pedir permiso. Porque cuando el deseo aparece en esos escenarios “prohibidos”, no se trata solo de sexo: se trata de sentir que se está cruzando un límite y que cada paso más allá es una victoria contra las reglas no escritas de la amistad.

Y claro, uno también se debate. No es que no haya culpa. Después de todo, hay códigos. Pero hay momentos (y esto lo digo con el pecho abierto) en los que la piel grita más fuerte que cualquier norma. Y ahí es donde nace lo erótico de verdad: no solo en el contacto físico, sino en la tensión de saber que cada palabra, cada roce, cada suspiro compartido podría cambiarlo todo.

Confieso que alguna vez crucé esa línea. No diré con quién, pero sí diré que el deseo fue tanto que las horas parecieron minutos. Recuerdo la sensación de su aliento en mi cuello, sus manos explorando despacio, como si cada rincón de mi cuerpo fuera un territorio nuevo que quería reclamar. No hubo palabras, solo miradas cómplices, esa mezcla deliciosa de nervios y lujuria que solo se siente cuando se está haciendo algo que no debería hacerse. Fue intenso, urgente, casi salvaje… y sí, también un poquito adictivo.

Al final, uno puede justificarlo de muchas maneras: que fue el destino, que la química era inevitable, que las cosas pasan. Pero en el fondo sabemos que el morbo tiene su propio lenguaje, uno que no obedece a la razón ni a la moral. Tal vez por eso, en nuestra cultura, ese deseo por la ex o la amiga del amigo sigue siendo tan común: porque somos seres intensos, porque nos gusta el riesgo, porque hay algo en lo prohibido que nos hace sentir más vivos.

Y aunque no siempre termina bien (porque no, no siempre lo hace), hay una verdad que no se puede negar: pocas cosas en la vida encienden tanto como el roce de lo que no deberíamos tocar. Y es ahí, justo ahí, donde el deseo se vuelve más ardiente, más real… más nuestro.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!

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