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El aire caliente me golpeó en la cara al subir al Transmilenio. Me acomodé en uno de los últimos asientos libres cerca de la puerta, con el maletín apretado contra las piernas y la corbata ya aflojada. A mis cincuenta y siete años, el cuerpo no respondía como antes, pero el instinto, ese sí, seguía tan vivo como el primer día.
Fue entonces cuando la vi.
Margarita —no sabía su nombre aún, pero después supe que así se llamaba— estaba parada a menos de un metro de mí. Llevaba una falda negra, ancha y ondulante, que le llegaba justo por encima de las rodillas, lo suficiente para dejar al descubierto unas piernas gruesas, bien formadas, con esa redondez madura que solo dan los años y una vida sin complejos. sus caderas anchas, revelando el contorno de unas nalgas firmes. Pero lo que realmente llamó mi atención fue ese bulto entre sus piernas, bajo la tela. No era el vello público, sino algo más… “voluminoso”. Como si llevara algo metido allí, una protuberancia inconfundible. El corazón me dio un vuelco. “¿Una tanga rellena? ¿Un consolador?” La idea me excito de inmediato.
Arriba, el escote, con unos senos generosos, y cada vez que el bus frenaba, sus pechos se mecían como olas, amenazando con escapar de la tela. Tenía las manos ocupadas —una en el tubo, la otra en su bolso —, pero sus dedos eran largos, con uñas pintadas de un rojo oscuro, casi negro. “Uñas de mujer que sabe lo que quiere”, pensé, sintiendo cómo la entrepierna se me tensaba.
El bus arrancó con un tirón y ella se tambaleó, acercándose un paso más a mí. El olor a jazmín y algo cítrico —quizás su champú— me llegó en una ola, mezclado con ese aroma cálido y húmedo que solo desprende el cuerpo de una mujer madura. Respiré hondo, tratando de disimular cómo mi polla comenzaba a despertar, presionando contra el pantalón. “Mierda. No ahora.”
Pero el destino —o el sadismo del universo— tenía otros planes.
En la siguiente estación, la puerta se abrió y una avalancha de gente entró como poseída. Un tipo grandote, con overol manchado de grasa, se colocó justo detrás de Margarita, empujándola sin miramientos. Ella soltó un quejido ahogado, pero no tuvo tiempo de reaccionar: su cuerpo fue lanzado hacia adelante, directo contra mí.
El impacto fue eléctrico.
Su cadera chocó contra mi hombro, pero lo que realmente me dejó sin aliento fue el contacto entre sus piernas y mi rostro. La falda se alzó levemente con el movimiento, y por un segundo —un segundo eterno— sentí el calor de su entrepierna a través de la tela. “Dios mío.” Su carne era suave, pesada, y ese bulto… “Que ricooo”, ese bulto se hundió contra mi hombro. La tela de su falda rozó mi mejilla, y por un instante, sentí la humedad y el olor a sexo a través del material. “¿Estaba mojada? “ La idea me enloqueció.
Ella se enderezó de inmediato, disculpándose con una risita nerviosa mientras se ajustaba la falda, Mi mente se llenó de imágenes: sus piernas abiertas, esa falda negra levantada hasta la cintura, exponiendo un culito redondo, maduro, con ese agujero apretado y rosado que seguro olía a sudor y a mujer. un cuerpo que había sido usado y disfrutado una y otra vez.
El bus volvió a moverse, y esta vez, ella perdió el equilibrio de nuevo. Su mano libre cayó sobre mi hombro para apoyarse, y sus dedos —esos dedos de uñas negras— se clavaron en mi chaqueta con una fuerza inesperada. “Como si me agarrara para no caer… o como si me agarrara para algo más”. Su respiración era rápida, entrecortada, y cuando miré hacia arriba, sus ojos —oscuros, con ese brillo pícaro de quien sabe lo que hace— se encontraron con los míos por un segundo antes de desviarse, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi cabeza.
—Disculpe— murmuró, pero su voz no sonó arrepentida. Sonó “ronca”. Como si le costara hablar. Como si también estuviera imaginando cosas.
Y yo, como un idiota, solo atiné a negar con la cabeza, incapaz de articular palabra, mientras mi pene se endurecía hasta doler.
Fue entonces cuando la fantasía me golpeó con la fuerza de un tren. ¿Ella lo noto y su sonrisa se convirtió en una invitación, me puse de pie a su lado y le hablé al oído “quieres bajar de acá y tomamos un taxi”?
No espero más, su brazo me agarro fuerte y nos bajamos en la siguiente parada. Entramos a una cafetería de prisa y nos sentamos, entonces ocurrió el milagro: ella me dijo sin tapujo alguno, “¿siempre se te para cuando ves una mujer?”
Reaccione: “noooo, tú eres increíble, lograste ese efecto”.
Su risa disimulo como se inclinó y puso su mano en mi entrepierna: pero sigues con eso parado…jajajaja. ¿Como haces para quitarte esa erección? O habrá que ayudarte
¿Me llamo margarita y soy secretaria, soy casada y tú?
El caso es que después de tomarnos el café ella no solo me sobaba la verga, sino que la había sacado del bóxer y me pajeaba lentamente, mientras sus ojos brillaban
Separo sus piernas dejándome espacio para meter mis manos, allí sentada no fue difícil, frote su tanga y luego hundí dos dedos en su vagina, que parecía un verdadero gallo de pelea. Bastaron unos minutos para lograr que tuviera su primer orgasmo. Entonces le dije que fuéramos a un lugar más privado y accedió sin problemas.
Entramos a una residencia cercana y casi no tuve tiempo de cerrar la puerta cuando ella usando sus manos desabrocho mi cinturón con urgencia, mientras yo le levantaba la falda hasta la cintura, exponiendo ese culo redondo, esas nalgas que se movían como gelatina al caminar. Se bajo las tangas hasta los tobillos, dejando al descubierto ese agujero oscuro, arrugado, que olía a sudor y a deseo reprimido. Se puso inclinada delante de mí, con las manos y codos apoyados en la cama, levanto su culo y desafiante me dijo: “Es todo tuyo, culeame duro”, yo escupí en mi mano y me froté la verga hasta dejarla brillante, lista para hundirme en ella.
“—Ábremelas, putita—“ le dije, con esa voz gruesa que sale cuando el deseo nubla la razón. Y ella obedeció sin protestar, separando las nalgas con sus propios dedos, mostrando ese hoyito apretado, rosado por dentro, que parpadearía como un ojo curioso cuando lo rozara con la punta de mi verga.
El primer empujón fue lento. Sentí cómo su ano se resistía, cómo esos músculos se cerraban alrededor de mi cabeza del pene como un puño caliente. Pero yo insistí, presionando con la cadera, sintiendo cómo poco a poco —centímetro a centímetro— su cuerpo me aceptaba, hasta que mis pelotas chocaron contra su ano, mojado y palpitante. Y entonces… le di con toda mi fuerza, como un salvaje.
cada sacudida era una excusa para clavársela más hondo, sentía cómo su culo se tragaba mi tronco hasta la raíz, cómo sus gemidos se ahogaban entre gritos de: masas, si, siiiii más duro. yo estaba más excitado aun, viendo cómo esa mujer madura se mordía el labio mientras un viejo como yo le reventaba el chiquito . Ella jadeaba, sus pechos colgando libremente mientras yo le agarraba las caderas con fuerza, dejando marcas con los dedos. “—Más fuerte, papi—“ me decía, con esa voz de fumadora que tienen las mujeres como ella, y yo le obedecía, azotando mi cuerpo entero contra su culo hasta que el sonido de nuestros cuerpos chocando se mezcló con sus orgasmos seguidos. Su ano ardía, apretado como un tornillo, al comienzo, pero se dilato, hasta que pude moverme dentro de ella como en mantequilla caliente.
Y cuando estaba a punto de correrme, el agarre del pelo —ese pelo negro, con mechas grises que delataban su edad, pero también su experiencia— y la obligue a mirarme. “—¿Quieres que me corra en tu culo, zorra? —“ le pregunte, y ella asintió con los ojos llenos de lágrimas, no de dolor, sino de ese placer sucio que solo da el sexo prohibido.
Entonces solté todo dentro de ella, sintiendo cómo mi semen caliente llenaba sus entrañas, cómo su cuerpo temblaba con el orgasmo, apretándome hasta dejarme sin aliento. “Y cuando termine, cuando mi verga salió de su agujero bien usado, gotas blancas y espesas resbalaron por sus muslos, mezclándose con su propio jugo.”
Margarita se incorporó como si se hubiera quemado. una sonrisa pequeña, casi imperceptible, antes de que se diera la vuelta, quitándose la falda con movimientos lentos, deliberados. Como si supiera exactamente que apenas empezaba nuestro encuentro sexual.
Y cuando se acostó de frente a mi en la cama otra vez, me arrodille entre sus piernas y comencé a chupar su conejo, si, era eso, un conejo grande y de sabor increíble, con mi boca lo arte y después mi lengua se reavivo dentro de aquella cueva sabrosa, sentí su clítoris y lo chupe, más bien, lo mame con mis labios y mi boca entera, ella gritaba y de pronto se arqueo y yo sentí algo húmedo en el hombro. Se estaba meando
Bajé la vista.
Una mancha oscura, marcaba el lugar donde su orinado había mojado el piso.
Respiro hondo y se incorporó de nuevo, arrodillada se metió mi verga en su bica hasta que me dejo sin una sola gota de semen, solo entonces se acostó en la cama a mi lado para dormir un buen rato antes de salir para cada uno por su lado.
Fue una sola vez, pero me quedo grabada… Margarita no se dejó volver a ver






