Guía Cereza
Publicado hace 1 semana Categoría: Sexo anal 505 Vistas
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El Transmilenio olía a sudor y gasolina, ese aroma denso de la ciudad que se pegaba a la piel como una segunda capa. Pero mi atención no estaba en el viaje, sino en ella.


Zenaida estaba justo frente a mí, con falda corta de tela que se ceñía a sus caderas como una segunda piel. Era de esas mujeres que, a los cincuenta, no solo conservaban la figura, sino que la exhibían con un descaro que hacía que hasta el más recatado se atreviera a mirar. Sus piernas, firmes y bien torneadas, terminaban en unos tacones negros que realzaban el movimiento de sus nalgas cada vez que el bus daba un bandazo. Llevaba el cabello recogido en un moño desordenado, esos mechones rebeldes cayéndole sobre la nuca, y aunque no podía ver su rostro, me imaginaba su sonrisa pícara, esa que ya conocía de otras mañanas como esta.


No fue casualidad que me colocara justo detrás de ella. Desde que la vi subir en la estación anterior, supe que el viaje iba a ser interesante. El primer roce fue accidental—o eso me dije a mí mismo—. Un frenazo brusco del bus y mi entrepierna se pegó contra su trasero, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la tela fina de su falda. Pero cuando noté que no se apartaba, sino que, por el contrario, arqueaba levemente la espalda para presionar más contra mí, supe que el juego había comenzado.


Mi verga, que ya llevaba un buen rato despierta, se endureció aún más al sentir el suave balanceo de sus nalgas frotándose contra mí. Mi bóxer ese día— y el pantalón de vestir y la tela áspera rozando la cabeza sensible—, y cada movimiento de Zenaida era una tortura deliciosa. Respiré hondo, tragando saliva, y dejé que mis manos resbalaran desde el tubo metálico hasta sus caderas. Sus muslos eran cálidos bajo mis dedos, la piel suave a pesar de los años, y cuando mis manos se deslizaron hacia abajo, acariciando la parte posterior de sus rodillas antes de subir de nuevo, ella no se inmutó. Al contrario, separó un poco más las piernas, como invitándome a explorar.


—¿Te gusta lo que sientes, papi? — su voz fue un susurro ronco, tan bajo que solo yo pude escucharla. Se giró ligeramente, lo justo para que pudiera ver el brillo travieso en sus ojos oscuros, esos labios pintados de un rojo intenso que se curvaron en una sonrisa que prometía pecado.


—No deberías provocar así, mi amor— le respondí, acercando mis labios a su oído. Mi aliento caliente hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo, y sentí cómo sus nalgas se apretaban contra mí, como si buscasen más contacto. —A esta hora y con tanta gente…


—¿Y qué? — replicó, girando un poco más la cabeza para que sus labios rozaran mi mejilla. —Si a ti te gusta mi culito, ¿por qué no lo tocas? No muerdo… a menos que me lo pidas.


Esa fue la señal. Mis dedos, que ya estaban temblando de anticipación, se deslizaron bajo el dobladillo de su falda, encontrando el calor de sus muslos justo donde terminaba la tela. Su piel era suave, y cuando mis yemas rozaron el encaje de su tanga, un gemido ahogado escapó de sus labios. No era cualquier tanga: era uno de esos hilos, casi inexistentes, que más que cubrir, decoraban. Mis dedos se hundieron en la carne firme de sus nalgas, apretando con fuerza, y ella jadeó, empujando su trasero contra mi mano como una gata en celo.


—¡Dios, qué ricas nalgas tienes! — gruñí, mi voz áspera, casi un rugido contenido. No me importaba quién pudiera escucharnos. En ese momento, el mundo se había reducido a el calor de su cuerpo, al aroma dulce de su perfume mezclado con el sudor de la excitación, al sonido de su respiración entrecortada. —Firmes, redondas… perfectas.


—Me gusta como acaricias — respondió, su voz temblorosa pero cargada de lujuria. —Son tuyas, papi. Tócame como quieras.


Mis dedos se colaron bajo el elástico de su tanga, encontrando el surco húmedo entre sus nalgas. Estaba mojada, no solo por el calor del bus, sino por la excitación, y cuando mi dedo índice rozó el pequeño agujero apretado de su ano, ella soltó un quejido y separó más las piernas, dándome acceso total. Con el dedo medio, tracé círculos alrededor de su entrada, sintiendo cómo se contraía bajo mi toque, antes de empujar suavemente.


—¡Ah, Wowww! — siseó, sus uñas clavándose en el tubo del bus mientras yo introducía mi índice. Estaba tan estrecha, tan caliente, que tuvo que morderse el labio para no gemir en voz alta. —Más, métemelo más adentro…


No era la primera vez que una mujer me pedía algo así, pero cada vez era igual de intenso. El bus seguía en movimiento, la gente a nuestro alrededor ajena a lo que ocurría a solo centímetros de ellos. La idea de que alguien pudiera darnos un vistazo, de que alguien pudiera notar cómo mis dedos se hundían en el culo de Zenaida mientras ella gemía en silencio, me puso aún más duro. Mi verga palpitaba contra el pantalón, pidiendo atención, y cuando ella, como si leyera mis pensamientos, llevó su mano hacia atrás y la posó sobre mi bulto, casi pierdo el control.


—¿Sientes lo que me haces? — murmuró, frotando su palma contra mi pantalón, sintiendo el contorno de la cabeza a través de la tela. —Estás ardiendo, mi amor.


de una manera muy audaz y disimulada toca más fuerte mi miembro sobre el pantalón, el contacto con las nalgas de ella me ha puesto muy erecto y grueso, entonces empujo más mi dado dentro de ella que se empina y me pide que lo meta más al fondo.  me dice al oído - ¿porque me metes el dedo? ¿quieres meterme tu verga?


Mientras yo sacaba mi dedo de su culo húmedo, dejando su agujero palpitante y ligeramente abierto, Zenaida se giró por completo hacia mí, sus ojos brillantes de lujuria, y sin decir una palabra, se llevó mi dedo—el mismo que había estado dentro de su culo— a la boca, lamiendo el jugo de mi dedo con una sonrisa lasciva.


—Bájame en la próxima estación— ordenó, señalándome la falda justo para que pudiera lo mojada que la había dejado: donde se marcaba su tanga, y luego su ano húmedo, su cuerpo y sus piernas aún temblorosos. —Porque esto no se queda aquí, papi. Te quiero dentro de mí… ya.


Y así fue que nos bajamos en la estación siguiente, yo estaba muy excitado y se me notaba demasiado, por lo cual salí con ella abrazada para que no me vieran mi verga parada, nos que damos abrazados besándonos en la estación hasta que se me quito la excitación, después ella me dijo – acá cerca hay una residencia y podemos hacer lo que queramos allá -yo le dije – eso es perfecto-.


Caminamos unas cuadras y entramos, subimos a una habitación y cerré la puerta detrás de mí. no alcanzamos ni a entrar cuando ya nos estábamos desnudando, no parábamos de besarnos, empecé a besar su cuello mientras acariciaba su culo, después baje hasta sus tetas y las chupe y lamí, ella gemía como una perra deliciosa.

Baje hasta su vagina depilada y empecé a dar lengüetazos y lamerla, tenía un sabor un poco dulce pues llevaba rato con la chochita mojada de sus jugos, pero aun así era deliciosa, chupe su clítoris con delicadeza y luego fuerte, apretando con mis labios hasta que llego a un orgasmo tras otro, solo se detuvo cuando después de un grito, se quedó quieta, relajada y con ojos brillantes de deseo.


Allí me decidí a penetrarla hasta terminar juntos en un gran orgasmo. Luego ella se arrodillo frente a la cama, puso su cabeza entre mis piernas y me lo empezó a mamar - te la mamare hasta que se te ponga dura para que me la metas por el culo.  ya que sé que te mueres de ganas por hacerlo- me encanta por el ano y quiero que tú me des bien duro por el culo.


Eso me puso a mil y sentí la verga como dos centímetros más gruesa y gorda de lo normal, ella dijo - ya estas preparado- entonces se levantó y se puso en cuatro y me dijo métemela mi amor.  me lance sobre ella como un animal y se la metí con toda, sentí como se rompía su culo, fue delicioso, ella soltó un grito desgarrador parecía que la hubiese matado, pero al rato empezó a gemir como perra y a pedir más, hasta que llegamos a un orgasmo indescriptible.


Y nos quedamos un buen rato abrazados y recuperando el aliento, después de eso nos metimos a la ducha y ella me pajeo con la mano llena de jabón y luego se giró para que le metiera la verga de nuevo en su culo. Tres orgasmos después, salimos y nos vestimos.


Salimos de aquel lugar agarrados de la mano y sonrientes como una pareja de mucho tiempo.


No la he vuelto a contactar desde entonces a pesar de haberme dejado su número de teléfono.

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!

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