Guía Cereza
Publicado hace 5 días Categoría: Sexo anal 508 Vistas
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La voz de Carmenza resonó en mi oído, cálida y seductora, como si sus palabras pudieran atravesar la distancia que nos separaba. Yo sabia que estaba en su pueblo, trabajando como maestra, pero en ese momento, su presencia era tan real como si estuviera a mi lado. Su tono, erótico y excitante, me recorría la espalda, encendiendo un fuego que solo ella sabía avivar. Hablábamos por teléfono, como solíamos hacer, pero esta vez era diferente. Sus susurros, cargados de deseo, me hacían imaginarla allí, con su cuerpo perfecto y su sonrisa descarada, lista para llevarme al límite.


—¿Y tú? —preguntó, su voz ronca y llena de promesas—. ¿Estás listo para lo que viene?


Sonreí, sintiendo cómo mi corazón aceleraba. Carmenza siempre sabía cómo jugar conmigo, cómo hacerme perder el control sin siquiera tocarme. Pero hoy, algo en su tono era distinto. Más intenso, más urgente.


—Siempre estoy listo para ti —respondí, mi voz grave y llena de intención.


Ella rio, un sonido bajo y sensual que me hizo imaginarla mordiéndose el labio, como solía hacer cuando estaba excitada.


—Esta vez será diferente, ¿sabes? —dijo, y pude sentir su sonrisa a través de la línea—. No podrás resistirme.


No supe qué responder. Carmenza siempre había sido impredecible, pero algo en sus palabras me hizo sentir una mezcla de anticipación y nerviosismo.


—¿Dónde estás? —pregunté, intentando mantener la calma.


—Cerca —respondió, y su voz se volvió un susurro—. Más cerca de lo que crees.


Antes de que pudiera procesar sus palabras, la llamada se cortó. Me quedé allí, con el teléfono en la mano, el corazón latiendo con fuerza. ¿Cerca? ¿Qué diablos significaba eso?


No tuve que esperar mucho para descubrirlo. Minutos después, estaba en mi grupo de charlas psicológicas, una obligación de la empresa que odiaba con toda mi alma. El salón estaba lleno de compañeros de trabajo, todos aburridos y con cara de pocos amigos. Pero entonces, la puerta se abrió, y allí estaba ella. Carmenza.


Hermosa, descarada, con una falda ajustada que resaltaba sus curvas y una blusa que dejaba poco a la imaginación. Su cabello negro caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes me miraron con una intensidad que me dejó sin aliento. Se movía con soltura, como si el lugar le perteneciera, y cada paso que daba era una invitación que no podía ignorar.


Mi corazón se aceleró. ¿Qué diablos hacía aquí? ¿Cómo había sabido dónde estaba? No importaba. Lo único que importaba era que estaba allí, y que su presencia me estaba volviendo loco.


Sus ojos se encontraron con los míos, y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios. Se acercó, moviéndose con una gracia felina, y se sentó a mi lado, demasiado cerca para ser apropiado. Podía sentir su calor, su aroma floral mezclado con algo más salvaje, algo que me llamaba.


—Hola —susurró, su aliento cálido en mi oído—. ¿Te molesta si me uno?


No pude responder. Mi garganta estaba seca, mi mente en blanco. Carmenza era como un huracán, arrasando con todo a su paso, y yo no era más que un simple mortal en su camino.


La charla continuó, pero yo no escuché una sola palabra. Mi atención estaba completamente centrada en ella. En cómo sus dedos jugaban con el borde de su falda, en cómo sus piernas se cruzaban y descruzaban, en cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración. Estaba excitada, lo sabía. Y yo también.


El salón estaba lleno de miradas curiosas, de susurros que no me importaban. Lo único que importaba era Carmenza, y el hecho de que estaba allí, conmigo, en un lugar donde no debería estar.


Cuando la charla finalmente terminó, no lo pensé dos veces. La tomé de la mano, ignorando las miradas de sorpresa y las preguntas sin respuesta.


—Vamos —dije, mi voz firme y decidida.


Ella sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y deseo.


—Te sigo.

Afuera, el aire fresco contrastaba con el calor que sentía en mi cuerpo. La llevé a un pequeño hotel cercano donde nadie podía vernos. No había tiempo para preliminares, no con la tensión que se había acumulado entre nosotros.


Sus labios encontraron los míos en un beso voraz, urgente. Su lengua exploró mi boca, reclamando lo que era suyo, y yo respondí con la misma intensidad. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, desabotonando mi camisa con prisa, mientras yo subía su falda, revelando su falta de ropa interior.


La recosté sobre la superficie más cercana, una mesa de madera fría que contrastaba con la calidez de su piel. Sus ojos estaban cerrados, su respiración entrecortada, y yo no podía evitar sonreír. Carmenza era pura pasión, un volcán a punto de estallar, y yo estaba allí para encender la mecha.


Comencé a besar su cuello, dejando un rastro de besos y mordiscos que la hicieron gemir. Sus pechos eran perfectos, firmes y suaves, y no pude resistirme a tomarlos en mis manos, masajeándolos con cuidado mientras ella se retorcía de placer.


—Más —susurró, su voz ronca y llena de necesidad—. Más, por favor.


Mis dedos encontraron su vagina húmeda, y ella se arqueó, su cuerpo respondiendo a mi toque. Estaba empapada, lista para mí, y yo no podía esperar más. La penetré con fuerza, sintiendo cómo sus labios vaginales, me apretaban, y comenzamos a movernos al unísono, nuestros cuerpos sudorosos chocando una y otra vez.


Sus gemidos llenaban el espacio, cada uno más intenso que el anterior. Estaba cerca, tan cerca de alcanzar el clímax, pero yo no podía permitirlo. No aún.


Me detuve, mirándola a los ojos. Su respiración era acelerada, su cuerpo temblaba de deseo insatisfecho. Sonreí, saboreando el momento, y susurré:


—¿Qué pasará ahora, Carmenza?


Su respuesta quedó en el aire, llena de posibilidades. Nuestros cuerpos se mantenían en un equilibrio precario, al borde del éxtasis, pero sin cruzar la línea. El futuro era incierto, pero una cosa era segura: esto apenas empezaba.



"¡Oh, al diablo!"


De repente, se levantó y se quitó el vestido. estaba justificadamente orgullosa de sus impresionantes pechos. Eran un poco grandes, pero aún firmes y redondos, sin signos de la edad. Adelante mis manos y le acaricie los pezones con las puntas de mis dedos


"¡Estás deliciosa! Tienes un cuerpo estupendo para tu edad."


"¡Mmmmm! ¡OO.! ¡Gran... gracias!"


Carmenza jadeó y levantó la cabeza mientras mis dedos libres recorrían y luego se hundían en su vagina. explorando su vulva por delante. Sus rodillas amenazaban con doblarse al moverse en el sitio con sus tacones altos.

"¿Qué esperas? Empecemos entonces."


Se abrazo a mi cuello y levanto su cuerpo del suelo rodeando mi cintura , y yo excitado como estaba,  con la punta del pene le hice cosquillas en la hendidura de sus hermosas y redondas nalgas.


Se desmonto de mi, extendió sus manos para agarrar mi pene erecto. Frotó y apretó, evaluando la longitud y firmeza de mi miembro.


"Chúpalo." Le ordene


Carmenza se giró y arrodilló cuando me puse frente a ella y le restregué mi erección en su cara.

Se inclinó hacia adelante y lo metió en su boca caliente, deleitándose con la dureza de mi miembro mientras lo chupaba y envolvió sus labios alrededor.


Se sumergió, llevándolo hasta el fondo de su garganta. Mientras lo atendía, hice que sus nalgas se separaran para permitir que mis dedos exploraran su rosado ​​pliegue interno. La sensación en su jugoso ano la hizo gemir.



"¡Por Dios! ¿Podrías metérmela, por favor?"


Volvió a abrazar mi cuello y subió sus piernas cerrándolas alrededor de mi cintura


Respondí de inmediato, agarrando sus piernas y colocando mi verga   erecta en posición.


"Culeame como si fuera una puta común. Mírame como si fuera una zorra barata y úsame como quieras."


Sin esfuerzo,  yo deje que mi verga se deslizara hasta el fondo de su ano.


"¡Dios mío! Que ricooooooo"


Empezó un ritmo lento y constante, sintiendo mi penetración con un movimiento en circulo. Las paredes internas de su dilatado culo eran separadas por mi   verga. Ella succionó la mitad de mi gruesa verga era simplemente glorioso. El olor a sudor, pene y aliento caliente llenó mi nariz mientras ella se vino por completo en un embriagador momento perdido.


"¡OH! OHHHHHHHHHHH"


Gimió mientras mi verga se perdía con un tremendo empujón de una sola embestida.


Entonces con firmeza me aparte un poco con sus piernas al aire y ella solo se inclinó sobre mis hombros unos centímetros más y me grito.


"Lo quiero todo dentro de mí, y lo quiero duro."


La penetre con toda mi energía antes de estallar, enviando chorros de semen. Luego la deje caer en la cama.


"¿Es suficiente por ahora?"


Cuando finalmente se colocó a mi lado. Ella se acomodó sobre sus palmas y rodillas. Se puso en cuatro levantando su tremendo culo


"Estás tan mojado en este momento", que quiero que me la metas de nuevo.

Me coloque detrás de ella y empuje toda la verga gruesa y muy hinchada en ese instante y le di con todo lo que me quedaba de fuerza


"¡Eres increíble, dame así, siiiii, más duro, siiiii, pareces un jovencito! ¡Voy a venirme!"


Se balanceó debajo de mí, gimiendo fuerte cuando su ano dilatado   le dio varios espasmos de placer. Ella se aferró a mí por unos segundos más, luego soltó sus piernas.


Una hora después, habíamos dormido para descansar, Me puse de pie mientras la miraba descansar, la besé en la boca. sonrió y se tragó mi lengua, pero luego miro su reloj y se puso de pie.


Entendí que debía irse mientras le traía una toalla. Ella se duchó y luego, se marchó mirándome fijamente. el resto de la tarde tuvimos sexo telefónico en tanto ella viajaba hacia su casa en un taxi, y luego de servirle el almuerzo a su esposo, le dijo que iba  a hacer la siesta. Por supuesto que el sexo telefónico de ese momento fue más que genial …

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🍒 Pregunta Cereza

“Lo más excitante que me han hecho sin quitarme la ropa…” A veces lo más erótico no necesita piel desnuda ¿Qué fue lo más excitante que te hicieron sin tocarte directamente? ¡Cuéntanos!