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Estaba en la cocina, preparando una taza de café, cuando mi mirada se desvió inevitablemente hacia Griselda. Ella estaba de pie cerca del mesón, con una blusa ajustada que resaltaba su figura madura pero aún atractiva. Mis ojos se fijaron en sus tetas, grandes y firmes, con pezones erectos que se marcaban claramente a través de la tela. No pude evitar sentir un cosquilleo en mi entrepierna al ver cómo sus pezones se endurecían aún más con cada movimiento que hacía. Griselda, la señora del aseo, una cincuentona bonita, siempre tan consciente de su cuerpo, me atrapó mirando. En lugar de sentirse incómoda, sonrió con una picardía que me hizo sentir como un adolescente nuevamente. Lentamente, pasó su lengua por sus labios carnosos, un gesto que me hizo tragar saliva, y luego llevó sus manos a sus pechos, acariciando sus pezones con una lentitud que me hipnotizó.
¿Le gustan mis tetas, señor Gustavo ?, preguntó con una voz ronca y seductora. No había manera de negarlo, y tampoco quería hacerlo. "Sí, me encantan", respondí sin dudar, mi voz cargada de deseo. "Son preciosas, Griselda". Me levanté de la silla donde estaba sentado y me acerqué a ella, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Rodeé su cintura con mis manos, sintiendo la calidez de su piel a través de la blusa. Sus pechos eran tan suaves como los de una jovencita, y no pude resistirme a masajearlos con suavidad, sintiendo cómo sus pezones se endurecían aún más bajo mis dedos. "Me vuelven loco", susurré al oído, sintiendo cómo su cuerpo temblaba ligeramente al contacto.
Griselda se inclinó hacia atrás, apoyándose en el mesón, y me miró con ojos llenos de deseo. "Entonces, ¿por qué no hace algo al respecto?", murmuró, su aliento caliente en mi oído. No necesitaba más para accionar. La tomé de la mano y la llevé al sofá de la sala, donde la senté con cuidado. Me arrodillé frente a ella, sintiendo cómo mi verga se endurecía dentro de mis pantalones, ansiosa por participar en lo que estaba por venir. Levanté su falda lentamente, revelando unas tangas de tela negra que apenas contenían su excitación. Su sexo ya estaba húmedo, y el aroma a mujer madura y deseosa me excitó aún más.
Con manos temblorosas, bajé sus tangas hasta los tobillos y las aparté con cuidado. Su raja era una visión perfecta: labios carnosos e hinchados, brillando con su propia humedad. Acerqué mi cara y respiré profundamente, saboreando su aroma antes de llevar mi lengua a sus labios. Comencé a lamerla con lentitud, disfrutando de cada gemido que salía de su boca. Mis labios se movían con delicadeza, explorando cada pliegue, cada rincón de su sexo. Sentí cómo sus manos se aferraban a mi cabello, guiándome hacia su clítoris, que ya estaba duro y palpitante.
Lo succioné suavemente, sintiendo cómo se hinchaba aún más entre mis labios, y ella gimió con fuerza, arqueando su espalda.
Mientras mi lengua trabajaba en su clítoris, mi mano se movió hacia su ano, un lugar que deseaba explorar. Con mi dedo índice, tracé círculos alrededor de su entrada, sintiendo cómo se relajaba y se abría para mí. "Cómame el culito mientras me mete el dedo en la raja", ordenó con voz ronca, y no pude más que obedecer. Con cuidado, hundí mi dedo en su cueva caliente y húmeda, sintiendo cómo sus músculos se contraían, apretando mi dedo en su interior. Al mismo tiempo, llevé mi lengua a su culo, saboreando su sabor único, una mezcla de sal y dulzura que me enloqueció.
Griselda gimió con fuerza, sus tetas rebotando al ritmo de sus movimientos mientras se dejaba llevar por el placer. Su raja chorreaba de excitación, y pude sentir cómo su arrechera se extendía por mi lengua. Mi dedo se movía dentro de su vagina, sincronizado con los movimientos de mi lengua, que exploraba cada centímetro de su culo. Ella se retorcía debajo de mí, sus manos aferradas a las almohadas del sofá, sus ojos cerrados mientras se entregaban por completo al momento.
"Más, señor Gustavo, más", suplicó, y yo acelere mis lengüetazos. Aumenté la presión de mi dedo, moviéndolo con más rapidez, mientras mi lengua se adentraba más en su culo, saboreando cada rincón.
"Tranquila, Griselda", le susurré, mi voz firme pero suave, como la de alguien que sabe exactamente lo que está haciendo. "Relájate. Iré despacio". Ella asintió, sus labios entreabiertos en un susurro que apenas pude escuchar. "Sí, Don Gustavo", murmuró, sus manos aferrándose a los brazos de la silla como si fueran su única ancla en ese mar de incertidumbre.
Me acerqué a ella, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la delgada tela de su blusa. Con los dedos, tracé la línea de su espalda, bajando lentamente hasta llegar a sus nalgas. Griselda contuvo la respiración, su cuerpo tensándose como si esperara un golpe. Pero no era un golpe lo que buscaba; era algo más profundo, más íntimo.
"Te voy a dar por el chiquito", le dije, mi voz ronca y llena de intención. "Pero vamos a ver si eso te gusta o no". Ella abrió los ojos, mirándome con una mezcla de miedo y deseo. "Sí, Don Gustavo", repitió, su voz apenas un susurro. "Haga lo que quiera conmigo".
La hice ponerse a cuatro patas, agarrada del espaldar del sofá. su cuerpo arqueado en una posición que dejaba su ano expuesto y vulnerable. Su piel, de un tono medio y suave, brillaba por el sudor y el calor de su cuerpo. Sus nalgas, redondas y firmes, se elevaban como una invitación que no podía ignorar.
Me coloqué detrás de ella, sintiendo mi verga dura y palpitante. Con los dedos, separé suavemente sus nalgas, exponiendo su ano. Griselda contuvo la respiración, sus músculos contrayéndose en un espasmo de anticipación. "Relájate", le ordené, mi voz firme pero gentil. "Confía en mí".
Coloque la cabeza gruesa y gorda de mi verga en su entrada, sintiendo la resistencia de su cuerpo. Griselda apretó los dientes, sus manos aferrándose a las sábanas con fuerza. "Despacio", susurró, su voz temblorosa. "Por favor, despacio, está muy gruesa y hace rato no me daban por atrás".
Empujé suavemente, penetrando su ano poco a poco. Griselda gimió, su cuerpo tensándose mientras mi polla se abría paso. "Ayyyy", susurró, su voz llena de una mezcla de dolor y placer. "Don Gustavo, es tan gorda".
"Separa bien las nalgas", le ordené, y ella obedeció, llevándose las manos al culo y abriendo su ano para mí. Su anillo perforado brilló bajo la luz, un detalle que me excitó aún más. Empujé un poco más, sintiendo mi polla deslizarse profundamente en su interior. Griselda gimió de nuevo, su cuerpo adaptándose a mi tamaño.
"Así, Griselda", le dije, mi voz ronca de deseo. "Toma toda mi verga. Siéntela en tu culito". Ella movió las caderas, su cuerpo comenzando a moverse con un ritmo infernal de arrechera. "Ayyyy, Don Gustavo", gimió, su voz llena de pasión. "Lléneme el culito de leche, lléneme, es todo suyo".
Le di una nalgada, el sonido resonando en la habitación como un eco de nuestra lujuria. Griselda encabritó, su cuerpo moviéndose con más fuerza, su ano apretando mi polla con una intensidad que me hizo gemir. "que rico culo tienes, apretado y suave, Griselda", susurré, mi voz quebrada por el placer. "Eres tan arrecha, tan caliente".
Siento su cuerpo temblar a mi alrededor, su ano apretando mi verga con fuerza, y sé que está a punto de alcanzar el clímax. Su respiración se vuelve entrecortada, sus gemidos más frecuentes y desesperados. "Don Gustavo", susurra, su voz llena de necesidad. "No me deje así, por favor, lléneme, lléneme de su leche".
En ese momento, todo se detiene. Mi cuerpo se tensa, mi verga palpitante en su interior, no me atrevo a moverme. La presión de mi tronco invadiendo su espacio anal cerrado. Griselda se queda quieta, su cuerpo temblando, su ano apretando mi verga como si suplicara por más.
"Don Gustavo me voy a venirrrrr", susurra, su voz llena de confusión y anhelo. "No me deje así, por favor, su leche, quiero su leche ".
La miro, su cuerpo arqueado frente a mí, su ano todavía apretando mi verga. Un orgasmo comienza a explotar en su interior, se mezcla con el suyo, o de ambos. Siento como mi leche llena su culo. En un momento inesperado un chorro de líquido caliente sale de su vagina y moja el piso y la silla, su orina no para de correr y sus gemidos parecen gritos guturales, me asusto la damee cue gas que esta a punto de perder la respiración. Un instante después queda quieta y en silencio, solo sus quejidos se escuchan. Luego una risa fuerte me saca de mi susto… es ella riéndose de su meada.
Me dejo caer en otra silla, la miro y aun siento que quiere más. Me incorporo y me coloco de nuevo tras de ella, me agarra la verga con su mano y me masturba despacio y cunado se gira, se arrodilla y se mete mi pene en su boca, chupando con locura.
Me dice que quiere mi leche en su boca, para saborearla, o en cualquier otro agujero que yo quiera, que está dispuesta a ofrecerme todo su cuerpo cuando y como yo desee. Su voz arrecha es torturante, pero también excitante.
"No sé, Griselda", le respondo, mi voz ronca y llena de deseo. Y de pronto sus labios se cierra n fuerte en mi cabeza de la verga y me vengo en un orgasmo largo que ella disfruta sin dejar regar ni una gota. Luego me siento en la silla mientras ella entra al baño para ducharse y vestirse
"No sé qué pasará después. Pero sé que esto no ha terminado".
Ella me mira por encima de su hombro, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y excitación. "Entonces, ¿le gusto culiar conmigo, Don Gustavo?", pregunta, su voz apenas un susurro.
Sonrío, mi mano acariciando su espalda con suavidad. "Vamos a dejar que el deseo nos guíe, Griselda", le respondo. "Y veremos adónde nos lleva".
La tensión sexual se mantiene en el aire, el futuro de nuestra pasión incierto pero lleno de posibilidades. Y mientras me quedo allí, con mi verga flácida, sé que esto es solo el comienzo. El comienzo de algo que será intenso, morboso y completamente desenfrenado. Y no puedo esperar para ver qué nos depara el próximo encuentro.






