Tú eres mi libro prohibido.

Ese que no debería abrir… y sin embargo, cada noche, mis manos ansían recorrer.

Eres esas páginas escritas en tinta de deseo, en papel de piel tibia, en capítulos de gemidos que todavía no he leído pero ya imagino.

Cada silencio tuyo es una página que se disuelve entre mis dedos;

cada silencio, una frase oculta que mi mente se empeña en descifrar.

No necesito palabras tuyas para entenderte…

tus silencios me hablan en un idioma perfecto: el de la provocación dulce, la promesa silenciosa.

Si estuvieras aquí, no empezaría tocándote, no....

Te observaría primero como quien contempla una obra maestra, deseando memorizar cada curva, cada matiz de tu respiración.

Mis dedos rozarían tu piel apenas, como quien acaricia las primeras líneas de un poema recién descubierto,

saboreando el temblor que se escaparía de tu boca sin permiso.

Y entonces, cuando tu cuerpo comenzara a buscarme sin quererlo,

te abriría como se abre un libro sagrado: con hambre, con reverencia, con una necesidad que duele y cura al mismo tiempo.

Te leería con mis labios, recorriéndote despacio,

bebiendo de ti como quien bebe palabras escritas sólo para salvarse.

Mi lengua sobre tus pezones deletrearía cada uno de tus suspiros,

mis manos escribirían versos nuevos en tus nalgas,

y cada gemido tuyo sería la poesía más perfecta jamás creada.

Te embestirla sin apuros, sin relojes, sin prisa,

hasta que el placer nos incendiara por dentro y tus piernas se cerraran en torno a mi cuerpo como quien no quiere dejar escapar un sueño.

Y cuando finalmente cayeras rendida en mis brazos,

cuando tu pecho subiera y bajara al ritmo de un corazón recién descubierto,

te besaría la frente con una ternura feroz,

susurrándote:

"No eres sólo un libro prohibido...

Eres el universo entero esperando ser leído con hambre, con devoción, con amor... y con toda la lujuria que despiertas en mí.