Guía Cereza
Publicado hace 1 día Categoría: Jovencitas 87 Vistas
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Título: “Zona de Servicio”

Julián trabajaba en mantenimiento en el Hotel Aurora, un resort de lujo con vista a la bahía, famoso por recibir congresos, bodas, y competencias deportivas. Llevaba ya un par de años allí, moviéndose entre calderas, ascensores atascados y luces parpadeantes. Era invisible para la mayoría de los huéspedes... hasta ese fin de semana.

El hotel estaba reservado casi en su totalidad por un torneo nacional de porristas. Equipos de todo el país llegaban uno tras otro, llenando los pasillos de risas, uniformes ajustados y energía juvenil. Julián, acostumbrado al silencio de su rutina, no pudo evitar sentirse fuera de lugar. O demasiado consciente de su presencia.

Ese sábado en particular, lo enviaron a revisar el sistema de aire acondicionado del piso 9. Una queja: la suite 912 estaba demasiado caliente.

Cuando llegó con su caja de herramientas, tocó con los nudillos en la puerta, como siempre.

La que abrió era una joven de piel canela, coleta alta y mirada pícara. Llevaba puesto el uniforme del equipo: falda corta, top deportivo ajustado… y una fina capa de sudor en el escote.

—¿Eres el del aire? —preguntó, ladeando la cabeza.

—Sí, mantenimiento —respondió él, tratando de mirar a cualquier parte que no fueran sus labios húmedos.

—Pasa. Estamos sufriendo aquí adentro.

Al entrar, Julián se detuvo. Eran al menos seis chicas dentro de la suite, todas del mismo equipo. Algunas sentadas en el suelo estirando, otras caminando en ropa deportiva apenas visible. Música suave de fondo. El aire era denso, cargado del olor a loción corporal, desodorante de frutas y algo más… dulce, como deseo suspendido.

Mientras revisaba la rejilla del aire, sintió las miradas. Las risas suaves detrás. Una voz susurró cerca:

—¿Siempre sudas así cuando trabajas?

Otra respondió en broma:

—Quizás solo si lo observan seis porristas medio desnudas.

Él no respondió. Solo sonrió, sin dejar de trabajar.

Pero cuando giró para alcanzar una herramienta, notó que una de ellas —la que le había abierto la puerta— se había acercado demasiado.

—¿Puedo ayudarte con algo, Julián?

Él tragó saliva. ¿Cuándo había dicho su nombre?

—Estoy bien, gracias.

—¿Seguro? —susurró ella, inclinándose para que su aliento tocara su cuello—. Es que… somos buenas siguiendo instrucciones. Y tú pareces tener muchas herramientas…

Las risas aumentaron. Las demás se acercaron, sin pudor. Julián se puso de pie lentamente. Su camisa estaba húmeda, sus manos sucias, y su cuerpo tenso como un cable de alta tensión.

—Chicas… —dijo en un tono entre advertencia y súplica.

—Tranquilo —dijo otra—. Solo estamos agradecidas. Nos salvaste de derretirnos. Queremos compensarte… un poquito.

Entonces comenzó el juego.

No fue explícito. Fue peor: fue lento, cargado de gestos sutiles. Una tocaba su hombro “por accidente”, otra rozaba su cintura al pasar. Una se estiraba justo frente a él, mirando sobre el hombro, dejando ver lo que no debía. Él seguía intentando mantener la compostura… hasta que la música subió.

—¿Bailas, Julián? —preguntó una, mientras otra le quitaba el destornillador de las manos y lo dejaba caer.

Él ya no sabía si seguía soñando o si había cruzado una línea invisible.

Lo cierto es que, minutos después, estaba sentado en una silla en medio de la suite, rodeado. Las porristas se turnaban para “agradecerle” con una coreografía improvisada, sugerente, con roces que no parecían accidentales. No lo tocaban directamente… pero lo hacían arder.

Una de ellas, la líder, se acercó al oído mientras él cerraba los ojos con el pulso disparado.

—Tienes media hora antes de que llegue nuestra entrenadora —susurró—. ¿Qué crees que deberíamos hacer con ese tiempo?

Y Julián, ya sin defensas, solo pudo responder con una sonrisa lenta y la voz ronca:

—Cierren la puerta.

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