Guía Cereza
Publicado hace 1 día Categoría: Jovencitas 80 Vistas
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Zona de Servicio – Final: Media hora

Cuando Julián dijo “Cierren la puerta”, no lo hizo con tono autoritario. Fue una invitación.

Y ellas lo entendieron perfectamente.

La líder del grupo, Sofía —la de la coleta alta y mirada desafiante— fue la que giró el cerrojo. El sonido metálico retumbó en la habitación como una campana anunciando que algo acababa de empezar. Una línea había sido cruzada. Conscientemente. Sin remordimientos.

Julián permanecía sentado en la silla del centro, rodeado por cuerpos jóvenes, sudados, tensos por los ensayos. El aire seguía caliente, aunque el sistema de ventilación ahora funcionaba perfectamente. El problema ya no era técnico. Era físico. Era humano.

Una música nueva sonaba en el parlante: un ritmo bajo, pulsante, hipnótico.

Sofía fue la primera en moverse. Lenta, con total control. No bailaba, se deslizaba. Sus caderas marcaban un compás que parecía diseñado para volverlo loco. Se acercó a él y se sentó a horcajadas, sin tocarlo aún, a milímetros de su cuerpo. Sus labios muy cerca del cuello, apenas rozándolo con su aliento.

—No puedes tocarnos, Julián —dijo con voz baja, casi un ronroneo—. Ese es el juego. Solo mirar… y aguantar.

Y así comenzó.

Las demás se turnaban a su alrededor. Una pasaba detrás de él, con los dedos acariciándole el cuello como una pluma. Otra le bajaba el cierre del overol con lentitud, dejando al descubierto su torso sudado. A cada movimiento, lo dejaban al borde, rozando la provocación pero sin llegar a romperla.

El placer era mental antes que físico.

Ellas sabían lo que hacían. Era una coreografía sin reglas, un juego de poder donde él, el hombre fuerte de herramientas y manos callosas, estaba completamente rendido.

Sofía se inclinó hacia su oído, sin dejar de moverse sobre él:

—Tienes el cuerpo tenso… deberías aflojarte un poco.

Él cerró los ojos. Cada roce, cada mirada cargada de deseo, lo empujaba más profundo a una espiral donde el control se le escapaba. Una de las chicas colocó sus piernas sobre sus rodillas, inmovilizándolo suavemente, mientras otra fingía limpiarle el sudor con una toalla, pasando el paño por su pecho de forma descaradamente lenta.

El tiempo dejó de existir.

Julián ya no sabía quién estaba a su izquierda o quién susurraba su nombre al oído. Solo sentía. Olor a piel, a cabello mojado, a laca de porristas y deseo compartido. Sonrisas peligrosas, risas cómplices. Todo era una provocación sostenida que lo tenía ardiendo sin contacto real.

Y justo cuando pensó que no podía más, Sofía se inclinó completamente sobre él, pegando su frente a la suya, con los ojos brillando.

—Quedan tres minutos, técnico —le dijo con voz grave—. ¿Te rindes… o terminas con nosotros?

La respuesta fue simple: Julián se levantó, tomó a Sofía de la cintura y la giró, cambiando los papeles por completo. Ahora era él quien marcaba el ritmo.

—Me quedan muchas herramientas —dijo con una sonrisa ladeada—. ¿Quién quiere el turno primero?

Las risas estallaron. Genuinas, pícaras, libres. Ya no había más juego. Solo deseo compartido, sin máscaras, sin culpa. Lo que pasó después quedó entre esas paredes, envuelto en vapor, susurros y cuerpos exhaustos.

Cuando la entrenadora llamó a la puerta a los 30 minutos exactos, todas estaban peinadas, vestidas… y con un brillo distinto en la piel.

Julián ya había desaparecido por la escalera de servicio, con el overol arrugado y una sonrisa secreta.

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FIN

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