
Compartir en:
En la penumbra suave del bar encendido,
llegaste tú, perfume y pecado,
una risa con filo, deseo vestido,
una historia antigua… que nunca se ha acabado.
Tus ojos, brasas; tus labios, promesa.
Las palabras fluían, la cerveza también.
Cada roce tuyo era una traviesa
caricia que ardía… y no decía amén.
Bajo la mesa, un mundo escondido,
tu boca buscó lo que el cuerpo pedía.
Un suspiro mordido, un jadeo perdido,
y el tiempo se hizo lujuria y poesía.
Tu lengua danzaba sin tregua, sin prisa,
dibujando en mi piel tus ansias calladas.
Yo era fuego contenido, tú eras brisa
que aviva las llamas... sin darme escapada.
No hubo testigos, solo mi temblor,
y tu boca hambrienta, su arte perfecto.
Me dejaste en silencio, sin pudor,
vacío de mí… pero aún más inquieto.
Y al volver a tu copa, tan dueña, tan plena,
me dijiste, burlona: “La noche apenas empieza.”
Y en tu mirada, promesa y condena…
de que lo real… empieza fuera de la mesa.