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Entré en la alcoba con paso firme, Sabía que Angelita, la chica del aseo, estaba allí, pero no esperaba encontrarla con la lencería de mi mujer en sus manos. La luz de la habitación ilumino la figura joven y esbelta, mientras sostenía el delicado conjunto de encaje. Me detuve en la puerta, observándola con una sonrisa.
—¿Te gusta la lencería, Angelita? —. Ella levantó la mirada, sus ojos castaños se encontraron con los míos, y un rubor instantáneo tiñó sus mejillas. Asintió tímidamente, sin decir una palabra. Su silencio me habló más que cualquier respuesta que pudiera haber dado.
Me acerqué a ella, sintiendo cómo el aire entre nosotros se cargaba de tensión. La lencería que sostenía era de mi mujer, sí, pero en ese momento, la imagen de Angelita con aquella prenda en sus manos despertó en mí un deseo inmenso. Su cuerpo joven y su mirada avergonzada eran una combinación irresistible. Me incliné ligeramente, le arrebaté la lencería de las manos y la dejé caer sobre la cama.
—Es hermosa —murmuré, más para mí mismo que para ella—, pero no tanto como quien la sostiene.
Angelita bajó la mirada, era evidente que no estaba acostumbrada a ese tipo de atención, y eso solo aumentaba mi interés. Salí de la habitación con una idea fija en mente: quería tratar de comerme ese culo hermoso y paradito que tenía. No era solo un capricho; era una necesidad que había estado creciendo desde que la vi por primera vez.
Al otro día, llegué con un paquete en la mano, un regalo para ella. No era algo que hubiera planeado en detalle, pero sabía que quería algo que la hiciera sentirse especial, algo que la preparara para lo que estaba por venir. La encontré con su uniforme sencillo. La tomé de la mano con firmeza, pero sin brusquedad, y la llevé a su habitación.
—¿Qué es esto, Señor Gustavo? —preguntó, su voz temblorosa mientras sus ojos se posaban en el paquete.
—Algo para ti —respondí, sin soltar su mano. Noté cómo su pulso se aceleró, cómo su respiración se volvía más agitada. Era una reacción que me excitaba, saber que estaba nerviosa, que no sabía qué esperar.
Entramos en su habitación, un espacio pequeño pero acogedor. La llevé hasta la cama y la hice sentarse en el borde. Me arrodillé frente a ella, abrí el paquete, revelando un conjunto de lencería negra, elegante y atrevida. Sus ojos se agrandaron al verlo, y por un momento, pensé que iba a protestar.
—Póntelo —le ordené, con voz firme pero no agresiva. Quería que supiera que esto era para ella, que la deseaba, pero también que estaba en control.
Angelita dudó, pero finalmente asintió. Se levantó y se dirigió al baño de su habitación, dejando el conjunto sobre la cama. Esperé, escuchando el sonido del agua corriendo y sus movimientos tímidos. Cuando regresó, tomo la ropa interior y se la fue colocando delante mío. mi respiración se detuvo por un momento. La lencería se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando sus curvas jóvenes y su piel suave.
—Eres hermosa —murmuré, acercándome a ella. La tomé de la cintura y la atraje hacia mí, sintiendo cómo su cuerpo temblaba ligeramente al contacto de mis manos.
La hice sentarse en la cama nuevamente, y esta vez, me arrodillé entre sus piernas. Su mirada era una mezcla de miedo y deseo, y eso me excitaba aún más. Con lentitud, comencé a degustar su sexo con hambre, erizando su botón secreto con la punta de mi lengua mientras mis dedos la masturbaban. Sus caderas se movieron instintivamente, buscando más contacto, y yo sonreí contra su piel.
—¿Te gusta, Angelita? —pregunté, mi voz ronca mientras mis labios se movían contra ella.
—Sí… —gimió, sus manos agarrando las sábanas mientras su cuerpo se retorcía de placer.
No pude evitar manosearle los pechos, sintiendo su firmeza bajo mis manos. Eran medianos pero perfectos, y sus pezones endurecidos me pedían atención. Los masajeé con mis pulgares mientras continuaba lamiendo y chupando su sexo, sintiendo cómo su humedad aumentaba, cómo su respiración se volvía más agitada.
—Ayyyy, Señor Gustavo… —gimió, su voz quebrándose mientras su cuerpo se tensaba.
La giré, poniéndola de rodillas en la cama, y me coloqué detrás de ella. Su culo era tan perfecto como había imaginado, redondo y firme, pidiendo ser tocado, ser poseído. Con lentitud, posicioné mi verga en la entrada de su ano, sintiendo cómo su cuerpo se resistía ligeramente. Creí que era virgen anal , pero descubrí rápidamente que no , y eso solo aumento mi deseo.
—Relájate, Angelita —murmuré, mi voz calmada a pesar de la excitación que sentía. —te va a gustar.
Empujé lentamente, sintiendo cómo su ano se resistía solo un poco antes de ceder a mi verga. Ella gimió, su cabeza cayendo hacia adelante mientras sus manos apretaban las sábanas.
—Ayyyy, Señor Gustavo… que ricooo, me gusta así por el culo… —gimió, su voz llena de placer y sorpresa.
Comencé a moverme con lentitud, dando a su cuerpo tiempo para ajustarse a mi tamaño. Sus paredes estrechas me apretaban, y el calor de su interior era casi abrumador. Poco a poco, aumenté el ritmo, embistiendo con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a mí.
—¿Te gusta, mi amor? —pregunté, mi voz ronca mientras mis manos agarraban sus caderas con firmeza.
—Sí… sí, me encanta… —gimió, su voz quebrada mientras su cuerpo se movía al ritmo de mis embestidas.
El placer era intenso, casi abrumador
La chica, masturbando su vagina con su mano libre se retorcía frenéticamente con gran velocidad por momentos, y luego golpeando con fuerza, pero lentamente sus nalgas contra mi pene.
Repentinamente y tomándola por sus cabellos, comencé a penetrarla más fuerte. En determinado momento, habiendo suavizado mis movimientos de cadera hasta casi detenerme, saque mi pene y sin avisarle, apunte de nuevo la punta de mi verga al centro de su botón anal, abierto ahora entre sus nalgas.
El éxtasis sexual en el que se encontraba aquella chica le impedía reaccionar, dejándome seguir, sentí mi pene abrirse paso en medio de sus paredes, que, sin ofrecer resistencia, se abrían suavemente ante el paso en su orificio anal, que reacciono con contracciones y luego dilatándose, en una especie de latidos al primer contacto de la punta de mi cabeza gruesa y ancha. Sentía su culo con un calor abrasador en periodos de contracción y relajación que en su ano había dado lugar la situación.
Me tome unos instantes, esperando quizás una reacción de dolor o rechazo que jamás llegó, y, por el contrario, vi como tensó un poco su cuerpo, e inclinándose hacia adelante, empujo sus nalgas para disfrutar totalmente la penetración.
Ella se dejó llevar, acomodando su cuerpo para mí, poniendo toda su atención y con todos sus sentidos enfocados en su ano penetrado y bamboleándose.
Sentía su culo ardiente contraer su círculo anal, que luego involuntariamente se relajaba haciéndome sentir que se ensanchaba cada vez más, hasta que, decidida y totalmente dispuesta a gozar de ser sodomizada, me grito:
- Quiero que me llenes el culo de leche - Y presa del deseo que le provocaba la sensación en su ardiente trasero, agregó:
- Quiero que cuando tú lo quieras me sodomices y obtengas el máximo placer de mí, tómame y satisface tu deseo, descarga toda leche en mi culo - Finalizó casi en susurros, mirándome de reojo con sus ojos brillantes, ya nada avergonzada.
Yo, tremendamente excitado con aquellas palabras descargue todo un sinfín de orgasmos que hombre alguno pueda ofrecer, y que sólo una mujer bien excitada y puta como aquella chica podía recibir; empuje mi gruesa verga hasta el fondo del ardiente culo de esa hermosura joven y bella, llenando su interior de semen caliente.
así sellamos para siempre el lazo que nos uniría desde ese primer encuentro y que ya no podría romperse…






