Guía Cereza
Publicado hace 16 horas Categoría: Jovencitas 162 Vistas
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Caminaba por la calle, absorto en mis pensamientos, cuando una figura familiar captó mi atención. Allí estaba Diana, la hija de la empleada del servicio, que trabajaba en mi casa desde hacía años. Toda una mujer, y vaya mujer. Su cuerpo de pechos redondos y generosos que se balanceaban con cada paso, caderas anchas que prometían placeres indescriptibles, y piernas torneadas. Olvide que hacía algunos días había ido a recoger a su madre, Mi mirada se posó en ella como aquella primera vez que la vi, incapaz de apartarse, mientras mi mente comenzaba a imaginar lo que sería tocar, saborear, poseer ese cuerpo.


—Doctor Gustavo —su voz, suave y melodiosa, me sacó de mi trance. Me miraba con una sonrisa tímida, pero en sus ojos había un brillo que no pude ignorar.


—me recuerda? Soy Diana la hija de Esther

Con la boca abierta y como un tonto, le respondí, tratando de mantener la compostura, aunque mi corazón latía con fuerza en mi pecho. —¿Si claro, pero ¿tú qué haces por aquí?


—Caminando, como usted —dijo, y su sonrisa se amplió. —No sabía que frecuentaba esta zona.


—De vez en cuando —mentí, aunque en realidad había salido específicamente para despejarme después de un día agotador en la oficina. Pero ahora, con ella frente a mí, todo lo demás parecía irrelevante.


—¿Te gustaría acompañarme a tomar un helado? —pregunté, casi sin pensar. La idea de estar a solas con ella, de tenerla cerca, era demasiado tentadora como para resistirme.


—Me encantaría —respondió, y su mano rozó la mía brevemente mientras caminábamos hacia la heladería más cercana.


El local era pequeño y acogedor. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, y mientras ella elegía su sabor, no pude evitar observarla. Cada movimiento suyo era una danza, una invitación silenciosa. Cuando finalmente se decidió por un helado de fresa, su lengua rozó sus labios para capturar un poco del dulce que había escapado, y sentí un calor repentino en mi entrepierna.


—¿Le gusta? —pregunté, aunque mi atención ya no estaba en el helado.


—Mucho —respondió, y su mirada se encontró con la mía. En ese momento, algo cambió. La inocencia en sus ojos se desvaneció, reemplazada por una intensidad que me dejó sin aliento.


Sin poder contenerme más, mi mano se deslizó bajo la mesa, buscando su pierna. Su piel era suave, cálida, y cuando mis dedos rozaron el borde de su falda, sentí su cuerpo tensionarse ligeramente.


—¿No le da pena, doctor? —susurró, pero no había reproche en su voz, solo una invitación velada. —¿Qué dirá su esposa?


—Ahh —respondí, y mis dedos continuaron su ascenso, ignorando sus palabras. La falda era corta, y no tardé en encontrar el borde de su tanga. Era una prenda mínima, que apenas cubría su sexo depilado, y mi pulso se aceleró al imaginar lo que escondía.


—¿Qué está haciendo? —murmuró, pero su voz temblaba de excitación.


—Lo que me inspira sentir tu piel —respondí, y mis dedos se deslizaron aún más, rozando la seda húmeda de su ropa interior. Un gemido ahogado escapó de sus labios, y su helado cayó al suelo, quedando allí, olvidado.


—Vamos, dime, ¿quieres gemir por razones mejores que un helado? —dije, tomándola de la mano y levantándome. Ella me miro sorprendida pero igual, me siguió sin protestar, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y deseo.


El hotel estaba cerca, y en cuanto entramos en la habitación, la empujé contra la puerta, besándola con deseo. Nuestros labios se encontraron en un baile apasionado, nuestras lenguas entrelazándose mientras mis manos exploraban su cuerpo. Su blusa cayó al suelo, revelando unos pechos perfectos, coronados por pezones rosados y erectos. La senté en la cama y me arrodillé frente a ella, metí mi cara y mi lengua entre sus piernas cerradas, logrando que se abrieran, luego todo fue simple, mi lengua rozo sus labios vaginales y seguí mi camino hacia adentro buscando el clítoris de la chica.   escuche su gemido de placer mientras mis dedos se deslizaban por sus paredes vaginales, buscando la cresta de su sexo.


—Sus dedos se sienten deli … —jadeo, y sin más preámbulos, la acosté en la cama.


La tumbé suavemente, pero mi deseo era cualquier cosa menos suave. Me deshice de mi pantalón, liberando mi verga dura y palpitante, y me posicioné entre sus piernas. Sus ojos se abrieron de par en par cuando la punta de mi verga rozó su entrada de la vagina, mojada ya a esas alturas, y su mano se posó en mi pecho, como si buscara detenerme.


—¿Quieres que me detenga? —pregunté, aunque sabía que no había vuelta atrás.


—No —susurró, y sus piernas se abrieron aún más, invitándome a entrar.


La acomode nuevamente y empecé a frotar mi verga en su rica vagina y a darle pequeños golpes con mi verga en sus labios hinchados de deseo  y seguí frotando, ella tenía una cara de placer, mientras gemía me decía - Ayyyy Doctor Gustavo , por favor no le vaya a contar a nadie ,  pero hace rato que   quiero disfrutar de un hombre maduro -  Se la empecé a meter poco a poco y sentía como esa rica vagina se iba abriendo y dando espacio para que entrara toda mi verga, ella gimiendo - que rico papi, sigue…!! -  entro toda y la fui moviendo lentamente dentro de ella, luego empecé a embestirla  metiendo y sacando cada vez más rápido, ella entre gemidos, gritaba que le gustaba como le metía la verga. Se detuvo un momento y entonces sus orgasmos vinieron en cadena, uno tras otros, dos, tres, cuatro…todos seguidos sin detenerse.


Levanto el culo y se le veía muy rico ese botoncito café, entonces arrodillándome delante de ella, le separé las nalgas y puse mi lengua en su ano, ella solo atino a gemir fuerte, gritando. Siguió gimiendo mientras yo sentía escurrir sus jugos por mis labios.


Entonces, con un movimiento lento y deliberado, la penetré por el culo, sintiendo cómo su ano se ajustaba a mi verga como un guante. Me di cuenta que ya se lo había dejado penetrar antes, pero ya no importo.  Un gemido profundo escapó de su boca, y sus uñas se clavaron en mis hombros mientras me movía dentro de ella, suave, despacio y lento hasta llenarla por completo.


—Que rico culo tienes, se ajusta perfecto y está muy estrecho, Diana —gimió, y su nombre en mis labios sonó como una penetración profunda.


La saqué lentamente, disfrutando de la sensación de su cuerpo apretándome, antes de volver a entrar con fuerza. Nuestros cuerpos se movían al unísono, sudorosos y deseosos, mientras el placer nos consumía.


—Quiero más —jadeó, y sus manos me guiaron hacia su sexo húmedo y palpitante. Con un movimiento rápido, la penetré por la vagina, sintiendo cómo su cuerpo me acogía, cómo sus paredes se ajustaban a mi polla como si hubieran sido hechas para mí.


—Ayyyy, sí —gimió, y sus caderas se movieron contra las mías, buscando más, pidiendo más.


La penetré con furia, sintiendo cómo su cuerpo temblaba con cada embestida, cómo sus gemidos llenaban la habitación. Pero no estaba satisfecho. Quería más, quería todo lo que ella pudiera darme.


—Abre la boca —ordené, y ella obedeció sin dudarlo. La gorda cabeza de mi verga se deslizó entre sus labios, y su boca húmeda y cálida me envolvió, masajeándome con su lengua.


—Mmmmm —gimió alrededor de mi verga, y su mano se deslizó entre nuestros cuerpos, jugando con su clítoris mientras yo la llenaba en su garganta.


No pude contenerme más. Le saqué mi verga y la giré, poniéndola en un 69. Su sexo estaba justo frente a mi cara, y sin pensarlo dos veces, me sumergí en él, lamiendo y chupando con avidez. Su sabor era dulce y adictivo, y cuando mi lengua rozó su ano, un gemido de placer escapó de sus labios.


—Oh, sí —jadeó, y sus manos atraparon mi verga y guiándola a su boca, se la engullo por completo. Nuestros cuerpos se movían en sincronía, cada uno buscando dar y recibir placer al mismo tiempo.


—Me voy a venir —gimió, y sus palabras fueron como un detonante. Con un último lametazo, penetré profundamente mi lengua dentro del espacio cerrado del ano, sintiendo cómo su cuerpo temblaba a mi alrededor, cómo su culo se contraía en espasmos de placer.


—Juntos —susurré, y con un gruñido, me vine dentro de ella, llenando su boca con mi semen caliente mientras mi boca se aferraba a su clítoris, chupando y lamiendo hasta que su cuerpo se convulsionó en un orgasmo explosivo.


Cuando finalmente nos detuvimos, me quedé encima de ella, sintiendo su respiración agitada y su cuerpo tembloroso bajo el mío. Su mirada se encontró con la mía, y en sus ojos había una mezcla de satisfacción y algo más, algo que no pude descifrar.


—¿Y ahora, doctor? —susurró, con una sonrisa pícara. —¿Qué sigue?


Y mientras su mirada desafiante me atrapaba, supe que teníamos tiempo para que nuestros cuerpos se juntaran otro rato más, en un baile de placer y deseo. La chica estaba excitada y lista, su vagina y su ano abiertos palpitaban aun, y yo estaba más que dispuesto a no dejarla respirara hasta acabar rendidos.

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